7.15.2013

On The Road Again


Exterior. Cordillera. Atardecer. Un pequeño auto toma las curvas lo mejor que puede y avanza entre las montañas. La carrocería transpira gotas de frío. Viene tan cargado que las llantas ruedan aplastadas y pareciera que el chasis está a punto de raspar la carretera en cualquier momento; en el asiento trasero, entre bultos y mochilas, distinguimos la cabeza de una chica. El paisaje podría El señor de los anillos: sierra maciza, verde, mística, y entre los cerros un valle de nubes que antoja cruzar a pie. 

Interior. Auto. Atardecer. Los bultos son instrumentos musicales: una batería completa, una guitarra, un amplificador. El baterista va manejando y el guitarrista en el asiento de al lado. La chica, que tiene la cabeza recostada contra la ventana, duerme o se hace la dormida para que no la molesten. Están viajando de Cuenca a Guayaquil, donde pasarán la noche, para seguir al día siguiente hacia Manta. Llevan una semana en estas, viajando y tocando, viviendo en casas ajenas, fumando después de los conciertos para dormir mejor. Ambos tienen más de treinta años y ninguno parece estrella de rock. 

Hablan del Amor Brujo, un helado artesanal que venden ciertas tiendas de barrio en Cuenca, que tiene el color de la mantequilla de maní con rayos de mora, y un sabor confidencial que nadie pudo explicarles. El dueño de un local de tatuajes les contó que lo vende también por litro, dentro de una tarrina y sujeto a una paleta gigante. En este momento ambos se preguntan cómo será comerse un Amor brujo acompañado de un Diamante Azul, una pastilla con las propiedades del ácido que te llena el cuerpo de felicidad, como el helado.

 Al llegar a la costa, el camino se vuelve plano y el auto empieza a rebasar camiones y buses. Las gotas de frío se convierten en piel de polvo. La chica despierta y dice que tiene hambre. Aún faltan dos tocadas, dos noches, dos bares, dos escenarios. Muebles pegajosos en los que acostarse mientras alguien conecta los cables de la prueba de sonido. Otro viaje apretado por la madrugada. Brazos y piernas temblando de cansancio y de ruido. El zumbido en los oídos. Dos o tres segundos de gloria. 

(El Comercio)


1 comentario:

Francesco Sinibaldi dijo...

En el campo.

En la luz
del campo
adorado
siento una
hoja pasar
dulcemente
en el llanto
del sol.

Francesco Sinibaldi