2.25.2013

Pescador en Colombia


Hace un año, cuando se estrenó Pescador en Ecuador, se publicaron dos textos míos en las revistas SoHo y Diners respectivamente: el primero era el making of de la crónica que dio origen a la película, el segundo, un testimonio de mi trabajo y mi relación con Sebastián Cordero durante los años en que trabajamos juntos. 

Ahora que Blanquito está en la cartelera colombiana, dando de qué hablar en su otro país, la fundación García Márquez para el nuevo periodismo ha publicado en su blog de nuevos cronistas de indias, además del relato original, las piezas post parto. Es la primera vez que todo el material relacionado a la película aparece junto.  

El making of es más corto que en su versión impresa, pero fue así como lo concebí en un principio y es así como más me gusta. Lo otro, el testimonio, es algo que en su momento me dio mucha vergüenza y hasta le pedí al director de la Diners que por favor no lo publicara, pero él se emocionó y lo hizo y ahora se lo agradezco: creo que nunca volveré a ser tan honesto. 

Antes de empezar a trabajar en un nuevo guión junto a un nuevo director, le envié el testimonio avisándole que la cosa se podía poner fea y que eso era normal, que no se asustara si en algún momento nos enfrentábamos o nos alejábamos sin remedio. Ahora, la verdad, me parece que no es tran grave, que quizás exageré, pero me gusta saber que la evidencia de un momento queda aquí intacta.      

   

2.20.2013

Monsters Inc., otra vez




La primera vez que la vi, hace más de diez años, quedé mal. Con esto quiero decir que quedé bien, contento, feliz de saber que todavía existen monstruos en el armario. Me hubiese gustado verla de niño para comprarme a Mike Wazowski y James P. “Sulley” Sullivan y jugar y dormir con ellos. Cualquier escusa habría sido buena para pasar algo más de tiempo con estos personajes.

Monsters Inc. vuelve a la pantalla grande y aunque el 3D del que se han valido para revivirla no sea gran cosa verla de nuevo y en el cine y a oscuras sí que lo es. En estas ocasiones a uno le dan ganas de tener hijos para llevarlos y presentarles a estos viejos amigos que, si bien no han estado siempre presentes en sus vidas, son como familia. Quizás sean parientes lejanos, pero familia es familia. Por suerte existen los ahijados y los sobrinos y los primitos, a los que uno puede devolver al final del día.

Después de revisitarla y celebrarla me queda claro que la cinta, más allá de la aventura y el humor, se trata de vencer el miedo que nos tenemos los unos a los otros: se trata de conectar. Si seres en apariencia tan distintos y de mundos diferentes como los monstruos y los niños pueden entenderse e incluso ayudarse, tal vez haya oportunidad para los demás. Me parece que a John Lennon le hubiese gustado esta película y capaz hubiese hecho una canción sobre ella y ganado el Oscar que le dieron a Randy Newman.  

En su momento, Wazowski y Sullivan perdieron la carrera como mejor película animada en los premios de la academia contra Sherk, algo que nunca entenderé porque en ese otro reino ni el ogro ni la princesa ni el burro lograron conmoverme, pero bueno, no importa, Monsters Inc. no necesitaba premios porque ya había ganado. La cinta es redonda como el buen Mike y tan grande y segura de sí misma como el gran –en todos los sentidos– Sulley.

Entre las películas animadas que en este siglo son constantes y sorprendentes, Monsters Inc. está ahí con las mejores: Toy Story, Ratatouille, Como entrenar a tu dragón y la nueva y flamante Ralph El Demoledor. Todas supuestas cintas para niños de las que los adultos salen emocionados o abrazándose o bajando la mirada y acelerando el paso para que nadie se de cuenta de que están llorando. Ojo, estos monstruos pueden hacerte llorar.

Si fuera posible borraría de mi cerebro el recuerdo de esa primera vez hace más de diez años para enamorarme de nuevo. Y luego, cuando haya pasado otra década y la saquen en hologramas o algo así, volvería escribir estas palabras.  

(El Diario) 

2.11.2013

Lo que es y lo que nunca será


Esa canción no está ahí por gusto. A la media hora de película suena What Is and What Should Never Be, de Led Zeppelin, y la historia termina de empezar. El título significa “lo que es y lo que nunca será” y de muchas maneras de eso se trata Juegos del destino: de lo que uno es aunque no quiera y de lo que uno nunca será por más que se esfuerce. No es, como a ratos parecería, sobre la resignación y la aceptación y la búsqueda de paz interior. Para nada. Es sobre la lucha.

Un hombre que fue internado en un psiquiátrico tras casi matar al amante de su esposa a golpes, es rescatado por su madre (grande Jacki Weaver) y devuelto a la casa en que creció para, digamos, curarse por sí solo. Todavía tiene que tomar pastillas y visitar a un psicólogo, pero eso lo tiene sin cuidado. Lo que más le importa es salir a correr con una bolsa de basura encima del calentador, sudar, bajar de peso y recuperar a su esposa: como si volver al pasado, a la normalidad, fuese garantía de un futuro mejor. Ese hombre es Pat, muy probablemente el mejor Bradley Cooper hasta la fecha (yo le hubiera dado un Oscar por la primera ¿Qué pasó ayer?), un actor que de a poco se libra de su apariencia física y se hace querer y, más importante aún, importa. Pat está tocado, sin duda. No es normal y quizás nunca lo sea pero, como dicen en el grupo de apoyo de Ralph El Demoledor, eso no es malo. De hecho, su insolente, bipolar y combustible disfuncionalidad termina por salvarlo cuando conoce a una mujer igual de tocada que él. Con la aparición de Tiffany (Jennifer Lawrence, que hasta ahora no pierde una) la cinta gana ovarios y actitud, pero también pierde: todo el asunto del baile (¿una tradición americana?) es demasiado. Aún así, metida hasta las rodillas en un desenlace que bien podría ser sólo ridículo, se levanta y nos levanta porque, entre otras cosas, hace rato que Robert De Niro no estaba tan bien (los fanáticos de los deportes están locos pero son socialmente aceptados), que no conocíamos a una familia en la que nos sintiéramos tan a gusto y que una película que tenía todo para ser menor se convertía en mayor.

Que una comedia agridulce y romántica con dos personajes medio dementes al centro esté nominada para ocho premios Oscar es señal de que no todo está perdido. Quiere decir que no hace falta abolir la esclavitud o rescatar rehenes de Irán o matar a Bin Laden para ser tomado en cuenta. La gente todavía puede ser gente y sacudir y conmover con sus problemas personales, moviéndose como mejor puede entre lo que es y lo que nunca será.

(El Diario, 10/02/13)  

2.04.2013

Arte moderno


Marla Olmstead tenía cuatro años la primera vez que sus pinturas fueron colgadas en una galería de arte; no en las paredes de un salón de clases o en la refrigeradora de su casa sino en una galería de verdad con clientes de verdad dispuestos a pagar dinero de verdad. Por esos días la pequeña se convirtió en la persona más famosa en haber salido jamás de Binghamton, en el estado de Nueva York.

Su popularidad contradijo una de las canciones que Lou Reed escribió para Andy Warhol, en la que dice “cuando creces en un pueblo pequeño, piensas: nadie famoso salió de aquí” De hecho, varios críticos de arte compararon a Marla con el mismo Warhol (15 minutos de fama, cuánta razón, ¿tenía Warhol YouTube antes que nosotros?) pero también con Picasso y con Pollock.

Y sí, en este siglo es más fácil ser famoso o por lo menos ser visto por millones de personas, pero igual, estamos hablando de una niña de cuatro años cuyos primeros cuadros, catalogados como arte moderno y abstracto, se vendieron por miles de dólares en una sola noche. Es más, el revuelo fue tal que el programa 60 Minutos le dedicó un especial entero en televisión y, después de mostrarla como una aparente niña prodigio, la acusó de fraude basándose en el testimonio de una psicóloga infantil.     

En 2007, el director de documentales Amir Bar-Lev estrenó en Sundance Mi niño podría haber pintado eso, una película protagonizada por Marla y su familia, en la que los padres defienden la autenticidad de las obras de su hija y él se pierde entre las muchas dudas y pocas certezas que le revela su investigación. Al final, el documental no se pone ni de un lado ni del otro y el espectador debe llegar a sus propias conclusiones, lo mismo que cuando uno se para frente a una supuesta obra de arte.

El tema, el gran tema, es si el arte se puede –o se debe– calificar. ¿De verdad a tanta gente le gusta Pollock? ¿La pequeña Marla es como Picasso?, ¿es mejor? Estas son las preguntas equivocadas. La única verdad es lo que sientes cuando lees, cuando ves, cuando escuchas. La verdad es que te falte el aire y quieras contárselo a todo el mundo. La verdad eres tú.
(El Comercio)