Según James Gordon, Comisionado de Ciudad
Gótica, hay tres preguntas que la gente suele hacerle todo el tiempo. ¿Le has
disparado a alguien? Y él responde: demasiadas veces. ¿Te han disparado? Y él
responde: demasiadas veces. La tercera es la pregunta más frecuente. ¿Cómo
dejas todo atrás cuando vas a casa? Y él responde: Aprendes a bloquearlo. Esto
último es mentira.
El mismo Comisionado Gordon confiesa, en
una habitación con las luces apagadas, acostado en su cama sin poder dormir,
que cuando llevas tanto tiempo haciendo un trabajo como el suyo no dejas todo
atrás: no puedes. No importa cuán bueno crees que eres dibujando una línea entre
tu trabajo y tu casa, dice Gordon, siempre habrá casos que se quedan contigo,
casos que regresan a ti aullando desde la oscuridad, como una llamada
telefónica en medio de la noche.
Hay cosas que no se pueden apagar. Estas
cosas, quizás, con suerte, puedan hacerse a un lado, arrinconarse en una parte
de tu cuerpo y mantenerse en silencio por un tiempo, pero volverán. Un día
estás dando vueltas por los pasillos de una farmacia, buscando un nuevo cepillo
de dientes, y de pronto aparece una imagen, un reflejo, un rumor, que te
arrastra al pasado y te hace sentir las mismas cosas que pensaste no volverías
a sentir. La memoria se activa sin previo aviso, sin tocarte el hombro primero,
se enfoca, y es como si no hubiese pasado ni un segundo desde la última vez que
sentiste esto que estás sintiendo ahora.
Tratamos de guardar bajo llave todo eso
que preferimos olvidar. Pero el olvido en sí mismo es un engaño. El esfuerzo
por olvidar es una forma de recordar: el acto de olvidar es alimentar un
recuerdo y verlo crecer. Para olvidar hay que volver a vivir, tocar, sentir, pararse
en el mismo sitio en el que juraste no volver a poner un pie. Y sí, lo
intentas. A veces, incluso, lo consigues. Miras hacia atrás, haces números,
marcas los días en el calendario y te sientes orgulloso de no haber pensado en
eso hasta que, claro, estás pensando en que olvidaste lo que no podías olvidar.
Estás recordando. Estás volviendo. Andando por un camino por el que lo más sano
sería perderse, pero no te pierdes; al contrario, al final de ese camino, te
encuentras. Otra vez.
El Comisionado Gordon piensa en esto mientras
trata de resolver un nuevo caso. Piensa, de nuevo, si cuando todo esto acabe él
saldrá con vida, si cuando todo esto acabe habrá acabado de verdad y para
siempre. Y la respuesta es: no. El final no es el final. El final sólo le abre
paso a lo que se te viene encima. Nunca podrá olvidar esa noche en el Silver
Box Diner, un café en la Bahía de Ciudad Gótica, cuando su hijo, el joven
James, le confesó que era una psicópata. La vida sigue, es cierto, pero uno va
sumando las cosas que lo marcan, que lo asustan, que se desarrollan en el
cuerpo, hacia dentro, como extremidades invertidas. Después de cada caso, el
Comisionado Gordon es otro, un tipo distinto, una persona que creía entender
hasta dónde podían llegar los límites de la maldad, las rieles de la crueldad, los
dominios de la locura; pero ahora, con más sangre en los archivos, con las
pruebas de lo imposible en las manos, entiende que el verdadero miedo está ahí,
cada día, al despertar.
Una llamada en la mitad de la noche. La
escena de una película. El olor que sale de la cocina de un restaurante. Y todo
vuelve. Y todo explota. Y te paraliza. Tu cabeza se desborda con un solo
pensamiento, como si no hubiese espacio para más. Un pensamiento que luego te
ocupa el cuerpo. Tu vida vuelve a girar y a mirar hacia allá: y recuerdas todo
a la perfección, hasta el último detalle, hasta la última palabra. Estás
conversando con alguien pero no estás escuchando, estás en otro lado, estás
allá. Te das cuenta de que no lo has superado, de que tal vez nunca vayas a
superarlo del todo. Hay cosas que no se superan: sólo aprendes a vivir con
ellas. Tendrás que vivir así, sabiendo que esa parte de ti también está viva,
latiendo. Porque eso que quieres olvidar eres tú mismo.
1 comentario:
me encanta la sensación de querer lanzarme del 7mo piso cada vez que leo tus artículos. se que no lo haré, pero me encanta la idea de que sí.
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