He sido cordialmente invitado a cubrir el festival Eurocine-08 para este blog. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
He aceptado, sobre todo, porque el festival no estará sólo en Quito sino también en Guayaquil, Cuenca y Loja. Este será un viaje, en el mejor de los casos, colectivo, en plural, en el que ustedes, los que pasan por aquí y tienen la generosidad de comentar, tendrán mucho que ver, o por lo menos eso espero. Que no haya una ciudad manabita en este mapa me duele profundamente, pero supongo que, de alguna manera casi inconsciente, lo tenemos merecido. Manabí, cinematográficamente hablando, y hablando de todas maneras, sigue siendo un lugar silvestre, un sitio maravilloso, la Tierra Prometida, pero de pronto no es la locación adecuada para mostrar 43 películas de Alemania, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Italia, Suiza, Suecia y los Países Bajos. Hoy la asamblea, mañana el mundo.
El año pasado hice algo similar en el festival de documentales EDOC (encuentros del otro cine). Sobreviví, pero me costó su poco. La crónica que escribí entonces demoró diez meses en ser publicada. Finalmente apareció en el número 312 (mayo-08) de la revista Mundo Diners, bajo el título: El ataque de los documentales asesinos. De esa crónica, me quedo con el siguiente párrafo.
Las funciones empiezan a las dos y media de la tarde y terminan a la media noche. Sin contar los de corto metraje, uno puede ver de cinco a seis documentales por corrida. Desde la segunda matinée captas que varios están pasando sus días en el cine, como tú, y aunque no hables con ellos, te sientes extrañamente querido. Álvaro no sabe dónde está parado, tiene diez años, vino con sus padres, pero preferiría estar donde Santiago, su vecino, jugando pelota, como corresponde. Gaby acaba de pedir vacaciones en su trabajo, pasado mañana partirá para la costa y ahora está aquí, sentada frente a mí, contándome que, como yo, ha estado entrando a las funciones por su cuenta, que los días de vacaciones son más largos, más anchos y más silenciosos que los de oficina (pasamos cuatro horas juntos, en la oscuridad; en un momento estuvimos abrazados, protegiéndonos mutuamente de lo que vomitaba la pantalla. Luego, a plena luz, nos despedimos sin más, sin preguntar ¿una cerveza? o ¿vienes mañana?) Fabián toca el trombón en una banda, la música llena unas dos o tres horas de su día, el resto las pasa aquí, buscándose; está preocupado, cuando corran los créditos finales regresará al ocio. Juliana estudia cine, está en su segundo año y siente que está en la obligación de venir; mas allá de que los documentales le gusten o no, siente que tiene que ver todo lo que pueda para mantenerse en personaje, “de los buenos aprendes cosas que puedes usar en tus propios proyectos, y de los malos aprendes lo que no se debe hacer, lo turro”. Le digo las películas no son buenas o malas, las películas te gustan o no te gustan, punto. Juliana se disculpa diciendo voy al baño, y no vuelve. Lucrecia se separó de su marido hace diez años, los mismos diez años que lleva soltera, está cerca de los sesenta, sus hijos son adultos; Lucrecia viene todos los años. Entre desconocidos nos hicimos las cosas más fáciles, sobre todo eso de tener que mamarse las mismas publicidades un millón de veces antes de cada proyección. De a poco, formamos una familia, una hermandad distanciada y modesta donde la mayoría de abrazos se dan por telepatía.
En rigor, lo que más disfruté en mi pelaje de animal festivalero fue encontrar hermanos de proyección, hermanos silenciosos con los que toca convivir en las tinieblas, arrullados por diálogos que no nos pertenecían pero que, a la larga, terminaron siendo exclusivamente para nosotros. No sé lo que me depare el Eurocine-08. La verdad, me da algo de miedo. Siempre he sido más Hollywood que Eurodisney. Tal vez crecer en Portoviejo, en pleno apogeo de la globalización, me formateó para un tipo de cine. El asunto es no quedarse con lo que vino en la máquina sino actualizar el software y, ante todo, cuidarse de los virus que asechan a diario y por millones. Las películas pueden ser un virus, una enfermedad y, también, qué duda cabe, la única respuesta, la salvación.
No soy un crítico de cine ni mucho menos. Nunca me he considerado tal cosa, ni de lejos. Mi misión, sostengo, es compartir, recomendar cosas para la gente que, como yo, cree que el cine es una de esas cosas que hacen la vida más llevadera. Escribo emocionado sobre las películas que me emocionan, me retuercen, me reflejan y me mueven el piso. Ataco a las películas que mienten descaradamente, que nos quieren ver la cara. He leído a críticos como si de los apóstoles se tratase. Y también me he encerrado a ver películas hasta perder la noción de la realidad y también he entrado solo a cines en Buenos Aires y Amsterdan pensando que sólo ahí estaré seguro en tierras extrañas y también he juzgado a mucha gente según sus películas favoritas y también he abierto los ojos seguro de ser el protagonista de un largometraje que ojalá tenga final feliz. Cuando todo lo demás falla, el cine te rescata. Soy, si quieren ponerlo así, un pecador, y muy orgulloso estoy de serlo.
En cuestión de horas estaré ahí, en la sala, solo, rodeado de extraños, conectando con otras felices almas en pena. En las semanas que vienen, pretendo escribir sólo de lo que vea. Seguro habrán más post por semana, eso sí, más cortos, a manera de reseña-bitácora-corresponsalía. Aquí encontrarán el listado de películas que me conmovieron. Como hay varias funciones por film, habrá chance de que estemos todos al día. Entro al Eurocine-08 con los brazos abiertos, como se entra a una fiesta. Vengan. Vamos ahí.
Acá algo en lo que pienso cada vez que mis amoríos con el cine saben a síntomas de autismo. Es de Andrés Caicedo, el colombiano, el mejor crítico de cine que ha tenido América Latina. Un tipo absolutamente adelantado a su tiempo. Un caso terminal de cinéfilis. Un escritor incansable. Caicedo murió en 1977, a los veintiséis años, entregado a su lema de que vivir más allá de los veinticinco es una insensatez.
Sucede, entonces, que ante una discusión cinematográfica nuestro cineasta opta por el silencio, luego por la lejanía, después por algo más grave que es la soledad. Se va convirtiendo en lo que llaman un cinéfilo. Ya no entiende a las personas, ya no necesita enamorarse de mujeres reales; para qué, si en la pantalla las tiene mejores y más inteligentes; se aparta de las actividades colectivas; va todos los días a cine; repite películas; empalidece; llega a extremos tales como autoconvencerse de que sólo respira bien en la soledad del cine, y que afuera lo persiguen; busca, instintivamente, el sitio de la sala que corresponde al lado del cuál sueña; se va volviendo huraño y tosco y torpe; tartamudea; no le hace caso sino a su propio juicio. Si las circunstancias no le son del todo adversas, puede que encuentre a otro sujeto tan enfermo como él, y en ese caso empieza un deambular y de soledad compartidas, lo que significa al menos un progreso.
Caicedo himself.
Eurocine Quito: Ocho Y Medio, La Floresta y Tumbaco. Multicines CCI y CC El Condado.
Eurocine Guayaquil: Sala 9 Supercines-Los Ceibos.
Eurocine Cuenca: Multicines.
Eurocine Loja: Cinemás.
Del 06-06-08 al 06-07-08