6.11.2008

11 – 06 – 08

La rodilla de Claire (Le genou de Claire)
Francia / 1970 / 105 min.
Escrita y dirigida por: Eric Rohmer.

Por películas como ésta, el cine francés tiene, entre el “gran público”, la mala reputación que tiene. Cine egoísta para intelectuales. Cine cerrado para las élites. Cine complicado para gente que se cree más inteligente de lo que en verdad es. Cine incomprensible hecho el interesante. Cine aburrido donde no pasa nada y nos coloca en la obligación de aplaudir esa nada que no pasa. En fin, cine francés.

Por cosas como estas, las películas francesas generan resistencia entre los espectadores que entienden cine como una actividad social, sin fines trascendentales. Por cosas como estas, vale estar cubriendo el Eurocine siempre dispuesto a ceder. “La rodilla de Claire” fue todo un reto. Tenía muchas ganas de ver algo de Eric Rhomer (1920), que fue parte de la Cahiers du cinéma, que fundó, junto a Jean-Luc Godard, la revista de crítica Gazette du cinéma, que montó una compañía productora con Barbet Schroeder (director de nuestra querida Barfly) y que, como ha quedado probado, al igual que Truffaut, fue crítico antes de ser director y, como ahora, ser criticado.

Si algo rescatable tienen los franceses que se meten a hacer cine, es que hacen exactamente lo que quieren, trabajan con libertad, algo difícil en este oficio, algo admirable. “La rodilla de Claire” es una prueba más de esa libertad. En un escenario veraniego, lagunas, trajes de baño, partidos de volley, bebidas refrescantes, atardeceres, personajes de distintas edades hablan, hablan, y hablan. Los mayores son intelectuales consumados y los menores intelectuales en entrenamiento. En un principio, es complicado seguirles el ritmo. Hablan en una lengua lejana, no extranjera, un dialecto que raya en lo snob y hace pensar si eso que están diciendo debería importarle al espectador. Las escenas avanzan en formato diario, con fechas escritas en tinta morada sobre fondo rosa, una ironía cromática total si comparamos los anuncios con el pulso del film. De pronto, como por arte de magia, estás enganchado. No sabes cómo pasó, ni cuánto durará, pero estás ahí, pendiente. Eso sí que es cine, cine de verdad.

El personaje principal es un escritor que no pasa de los cuarenta y está a punto de casarse con una mujer de la cual no ha podido separarse. No se casa por amor, sino, como él mismo explica: como no podemos abandonarnos, decidimos estar juntos. Una razón válida para casarse, supongo. Este escritor conoce a la joven Laura, que tiene dieciséis y elucubra y desarrolla como si tuviese muchos más. Entre ambos hay algo, pero ella sabe que él no la tomará en serio y por eso detiene, sola, los impulsos de ambos. Laura (Béatrice Romand) es ese personaje que nunca olvidaremos: hermosa por todos los flancos, ingeniosa, jugada, sólida, encantadora. El escritor, que no logra seducir a Laura, cae luego en los encantos de Claire, la un poco mayor hermanastra de Laura. Claire, cuya indiscutible belleza es más ortodoxa que la de Laura, no se ha propuesto conquistarlo, de hecho, tiene un novio igual de inmaduro que ella al que ama con locura. El escritor fracasa con ambas jovencitas. En el camino, piensa, reflexiona, se hunde en cavilaciones que lo fascinan y que en los mejores momentos del film también nos fascinan a nosotros.

A ratos, ratos varios, pensé: esta película estaría mejor en las páginas de un libro o sobre las tablas de un teatro. En un libro, porque así uno tiene control absoluto del ritmo, de la progresión, y puede subrayar un par de líneas nada menos que geniales. En el teatro, porque la presencia de actores a pocos metros de distancia del público potenciaría los abundantes diálogos. Y no, ahora concluyo que está bien donde está, divida en royos de película, con olor, sabor, color, sonido, ambiente y la foto de Néstor Almendros. Al final, reconozco que con unos minutos extra, la cinta me hubiera vencido. Pero salí contento, con algo más de lo que tenía cuando entré a la sala. Reconociendo la identidad francesa y respetándola por encima de cualquier esterotipo. Puede que a los franceses les guste filosofar más de la cuenta. Pero es cine francés y quién mejor para hacerlo que ellos.

****

Este es Rohmer.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen comentario, pero al principio no se logra saber si la pelicula te engancho o no. Yo coincido contigo, en el hecho de que talvez, el guion seria mejor para una obra de teatro. Texto, planos, texto, planos, texto, planos, y ahi se queda, es complejo. Una pelicula francesa por todos los lados. Cero accion. Es un reto para cualquier espectador, incluso para los atentos. El director hace lo que le da la gana, no le importa la continuidad, corta donde quiere, empieza de nuevo donde quiere.......... como la recibirian en los años de su estreno? Me gustaria saberlo. Ojala en Guayaquil, la reciban bien. Es una incognita. Tu que dices?

Mariana

Anónimo dijo...

que abombe ve... ya vuelve a escribir de otras cosas.. cosas que todos sepamos.
tu amigo siempre

Anónimo dijo...

cuales son las cosas que todos sabemos y que el deberia hablar y no abombarnos? quisiera saberlo, el esta hablando de cine, o no?