Amélie Nothomb nació en Japón en 1967. Por entonces su padre era diplomático y a ella le tocó viajar por el mundo, conocer las lenguas de ese mundo que le tocó y tal vez, sólo tal vez, por esa soledad que persigue a ciertas familias oficiales, Amélie se hizo escritora y una muy buena, sin duda, una de las mejores escritoras de nuestro tiempo.
Nothomb viene de una familia belga y escribe en francés. Escribe mucho. En rigor, publica una novela al año desde 1992 hasta la fecha (la última se llama Le Fait du Prince). En teoría, trabajando cuatro horas diarias, escribe tres novelas al año, una cada cuatro meses. De esas tres, decide publicar la que sea menos personal y, supongo, reveladora. Lo curioso es que todas sus novelas, o por lo menos todas las que he leído, son tan autobiográficas que llegan y te sacuden y no te sueltan sino hasta días después de “terminada” su lectura. Uno no puede romper así como así con una chica como esta, que tiene cara de siempre estar pensando en algo, de vivir un paso adelante, de escuchar buena música y de no demorarse mil horas frente al espejo antes de salir a cenar, simplemente porque no le hace falta.
Escribir no es nada fácil. Publicar es quizás más sencillo, pero no por eso totalmente recomendable. Hay que convencerse de que uno tiene algo que contar, que al mundo le interesan las torcidas ideas de alguien que vive a medias, entre la calle y el escritorio de su casa. Aún así, hay mucha gente que lo hace, que escribe, publica y cree estar haciéndolo de la manera correcta cuando, francamente, la está cagando.
Pero lo realmente difícil es escribir sobre uno mismo, decir la verdad. De pronto te lanzas a escribir algo autobiográfico y te das cuenta de que eres una persona horrible. Captas todo el mal que has hecho y el poco bien que has ejercido. Cachas la cantidad de tiempo que has perdido. Entiendes que, en su mayoría, las cosas malas que te han pasado en la vida son culpa tuya. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro señor… y nada, háganme quedar bien.
El camino que lleva a escribir sobre uno mismo está lleno de trampas, algunas, claro está, son mortales. Se corre, por ejemplo, el riesgo de creerse interesante. Y aunque no vale la pena protagonizar un cuento que uno no quiera oír hasta el final, no hay porqué obligar al resto de comensales a escucharlo, ni resentirse cuando estos no encuentran fabulosa nuestra fabulosa vida. Además, escribir sobre uno mismo es escribir sobre la gente que lo rodea y exponerlos, muchas veces por las puras, al escrutinio general. Da lo mismo si se trata de un best seller o sí los únicos que leyeron tu libro son monjas aburridas que, igual, prefirieron seguir tejiendo. Sea como sea, hablar de familia y amigos puede terminar no sólo en un desastre comercial si no en crímenes pasionales o domésticos.
En pocas, para desnudarse en público hay que tener los huevos o, en el caso de Amélie Nothomb, los ovarios muy bien puestos, firmes y listos para ser degollados por la misma gente que los creó.
Empiezo a leer Metafísica de los tubos. Estoy contento y ya he subrayado una buena parte. Esta vez, la escritora narra cómo fue darse cuenta de que estaba viva, precisamente a los dos años y medio de edad. La novela apareció en francés en 2000 y fue traducida al español al año siguiente. Creo que todos los libros de Nothomb están en Anagrama (toca soportar la españolísima traducción… a veces me gustaría que los traductores de esta editorial estuviesen en La Paz o en Guayaquil, sólo para ver qué pasa), así que vayan a por ellos. YA.
En el principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni era indefinida: se bastaba sola a sí misma. Y Dios vio que aquello era bueno. Por nada del mundo se le habría ocurrido hacer algo. La nada era más que suficiente: lo colmaba.
¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada.
Dios carecía de mirada.
Los médicos diagnosticaron una “apatía patológica”, sin reparar en que se trataba de una contradicción en los términos.
En realidad, Dios era la encarnación de la fuerza de inercia, la más poderosa de las fuerzas. También la más paradójica de las fuerzas: ¿existe acaso algo más extraño que ese implacable poder que emana de lo que no se mueve? La fuerza de inercia representa el poder de lo larval.
Existen los accidentes físicos y los accidentes mentales. La gente niega con rotundidad la existencia de estos últimos: nunca nos referimos a ellos como motor de la evolución.
Dios se comportaba como Luis XIV: no toleraba que alguien durmiera si él no dormía, que alguien comiera si él no comía, que alguien anduviera si él no andaba, que alguien hablara si él no hablaba. Este último punto, sobre todo, le sacaba de sus casillas.
Desde hace mucho tiempo, existe una secta de imbéciles que oponen sensualidad e inteligencia. Es un círculo vicioso: se privan de placeres para exaltar sus capacidades intelectuales, lo cual sólo contribuye a empobrecerles. Se convierten en seres cada vez más estúpidos, y eso les reconforta en su condición de ser brillantes, ya que no se ha inventado nada mejor que la estupidez para creerse inteligente.
Uno se cruza a veces con gente que, en voz alta y fuerte, presume de haberse privado de tal o cual delicia durante veinticinco años. También conocemos a fantásticos idiotas que se alaban por el hecho de no haber escuchado jamás música, por no haber abierto nunca un libro o no haber ido nunca al cine. También están los que esperan suscitar admiración a causa de su absoluta castidad. Alguna vanidad tienen que sacar de todo eso: es la única alegría que tendrán en la vida.
Al otorgarme una identidad, el chocolate blanco también me había proporcionado una memoria: desde febrero de 1970 lo recuerdo todo. ¿Para qué recordar nada que no esté relacionado con el placer? El recuerdo es uno de los más indispensables aliados de la voluptuosidad.
Nothomb viene de una familia belga y escribe en francés. Escribe mucho. En rigor, publica una novela al año desde 1992 hasta la fecha (la última se llama Le Fait du Prince). En teoría, trabajando cuatro horas diarias, escribe tres novelas al año, una cada cuatro meses. De esas tres, decide publicar la que sea menos personal y, supongo, reveladora. Lo curioso es que todas sus novelas, o por lo menos todas las que he leído, son tan autobiográficas que llegan y te sacuden y no te sueltan sino hasta días después de “terminada” su lectura. Uno no puede romper así como así con una chica como esta, que tiene cara de siempre estar pensando en algo, de vivir un paso adelante, de escuchar buena música y de no demorarse mil horas frente al espejo antes de salir a cenar, simplemente porque no le hace falta.
Escribir no es nada fácil. Publicar es quizás más sencillo, pero no por eso totalmente recomendable. Hay que convencerse de que uno tiene algo que contar, que al mundo le interesan las torcidas ideas de alguien que vive a medias, entre la calle y el escritorio de su casa. Aún así, hay mucha gente que lo hace, que escribe, publica y cree estar haciéndolo de la manera correcta cuando, francamente, la está cagando.
Pero lo realmente difícil es escribir sobre uno mismo, decir la verdad. De pronto te lanzas a escribir algo autobiográfico y te das cuenta de que eres una persona horrible. Captas todo el mal que has hecho y el poco bien que has ejercido. Cachas la cantidad de tiempo que has perdido. Entiendes que, en su mayoría, las cosas malas que te han pasado en la vida son culpa tuya. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro señor… y nada, háganme quedar bien.
El camino que lleva a escribir sobre uno mismo está lleno de trampas, algunas, claro está, son mortales. Se corre, por ejemplo, el riesgo de creerse interesante. Y aunque no vale la pena protagonizar un cuento que uno no quiera oír hasta el final, no hay porqué obligar al resto de comensales a escucharlo, ni resentirse cuando estos no encuentran fabulosa nuestra fabulosa vida. Además, escribir sobre uno mismo es escribir sobre la gente que lo rodea y exponerlos, muchas veces por las puras, al escrutinio general. Da lo mismo si se trata de un best seller o sí los únicos que leyeron tu libro son monjas aburridas que, igual, prefirieron seguir tejiendo. Sea como sea, hablar de familia y amigos puede terminar no sólo en un desastre comercial si no en crímenes pasionales o domésticos.
En pocas, para desnudarse en público hay que tener los huevos o, en el caso de Amélie Nothomb, los ovarios muy bien puestos, firmes y listos para ser degollados por la misma gente que los creó.
Empiezo a leer Metafísica de los tubos. Estoy contento y ya he subrayado una buena parte. Esta vez, la escritora narra cómo fue darse cuenta de que estaba viva, precisamente a los dos años y medio de edad. La novela apareció en francés en 2000 y fue traducida al español al año siguiente. Creo que todos los libros de Nothomb están en Anagrama (toca soportar la españolísima traducción… a veces me gustaría que los traductores de esta editorial estuviesen en La Paz o en Guayaquil, sólo para ver qué pasa), así que vayan a por ellos. YA.
En el principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni era indefinida: se bastaba sola a sí misma. Y Dios vio que aquello era bueno. Por nada del mundo se le habría ocurrido hacer algo. La nada era más que suficiente: lo colmaba.
¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada.
Dios carecía de mirada.
Los médicos diagnosticaron una “apatía patológica”, sin reparar en que se trataba de una contradicción en los términos.
En realidad, Dios era la encarnación de la fuerza de inercia, la más poderosa de las fuerzas. También la más paradójica de las fuerzas: ¿existe acaso algo más extraño que ese implacable poder que emana de lo que no se mueve? La fuerza de inercia representa el poder de lo larval.
Existen los accidentes físicos y los accidentes mentales. La gente niega con rotundidad la existencia de estos últimos: nunca nos referimos a ellos como motor de la evolución.
Dios se comportaba como Luis XIV: no toleraba que alguien durmiera si él no dormía, que alguien comiera si él no comía, que alguien anduviera si él no andaba, que alguien hablara si él no hablaba. Este último punto, sobre todo, le sacaba de sus casillas.
Desde hace mucho tiempo, existe una secta de imbéciles que oponen sensualidad e inteligencia. Es un círculo vicioso: se privan de placeres para exaltar sus capacidades intelectuales, lo cual sólo contribuye a empobrecerles. Se convierten en seres cada vez más estúpidos, y eso les reconforta en su condición de ser brillantes, ya que no se ha inventado nada mejor que la estupidez para creerse inteligente.
Uno se cruza a veces con gente que, en voz alta y fuerte, presume de haberse privado de tal o cual delicia durante veinticinco años. También conocemos a fantásticos idiotas que se alaban por el hecho de no haber escuchado jamás música, por no haber abierto nunca un libro o no haber ido nunca al cine. También están los que esperan suscitar admiración a causa de su absoluta castidad. Alguna vanidad tienen que sacar de todo eso: es la única alegría que tendrán en la vida.
Al otorgarme una identidad, el chocolate blanco también me había proporcionado una memoria: desde febrero de 1970 lo recuerdo todo. ¿Para qué recordar nada que no esté relacionado con el placer? El recuerdo es uno de los más indispensables aliados de la voluptuosidad.
6 comentarios:
Justo ando en la AF y leí tu texto... suena chévere, voy a ver si hay algo de ella por acá.
Saludos.
la cuestión, amigo Pika, creo, siempre fue la misma, escribir sobre los temas que te apasionan, lo que te toca, más allá de si es autobiográfico (cosa que dudo pueda hacerse 100% por más que se quiera) o inventado, esto a priori no garantiza un resultado malo o bueno. y si te apalean tus parientes porque se sienten injustamente retratados, pues que se le va hacer, el escritor escribe, y si no tiene la libertad de escribir su propia historia, pues entonces no tiene ni verch.
en fin la gente tiende a creer en milagros, y a caminar sobre vidrios y carbón encendido. como verás ahora soy poeta surrealista, con su buena dosis de Chaparrón Bonaparte.
será de leer a esta señorita, aunque eso de que publique un libro al año, siendo honesto, me pone a la defensiva.
y bienvenido al mundo de las letras ultra españolizado. sólo imagina como es la vida de los lectores que no saben inglés. ostia tío, hasta el propio Faulkner queda como un granjero de Murcia.
un abrazo broder y hagamos un levantamiento que abogue por las traducciones neutrales jaje¡
Hay personas que viven para contar, otras que cuentan para vivir. Por lo que dices, suena como que ella hace ambas. La leeré.
A mi me ha encantado como escribe desde hace rato y curiosamente nunca he conocido fans hombres, siempre eran mujeres, hasta ahora.
Me gusta muchísimo su manera de escribir y creo que sus libros son muy autobiógraficos. Me encanta que hayas citado esa parte del libro y sobre todo la frase: Para qué recordar nada que no esté relacionado con el placer? Yo estoy muy de acuerdo con eso.
Besos
He leído un par de libros de Nothomb... no me acuerdo los títulos... por algo será. Al principio me parecieron entretenidos, y a lo largo también. Pero para mi gusto, el gran problema de Nothomb es que no sabe cómo dar un final a sus historias.
Las historias de Nothomb que he leído presentan dos personajes que, luego de un incidente elegido cuidadosamente por la autora, se ponen a discutir. La discusión es apasionada, entretenida, antagónica, muy profunda, llena de buenas preguntas... pero al final no llega a nada, termina de una forma muy pobre respecto a la argumentación precedente, casi como delatando que la autora estaba apresurada por cumplir con su cronograma de "un libro al año" y decidiera terminar su historia a toda costa... sobre todo a costa del lector.
Los libros de Nothomb pueden ser sin duda del gusto de muchos, pero para mi ha sido descepcionante.
Saludos.
siempre me encanto Nothomb, en especial hiegiene de un asesino!!!
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