Esa tarde, en el taxi de regreso a casa, les dije a los de la comuna que Barfly es el tipo de película que se transforma en parte de tu vida, que a su manera el Henri Chinaski de Mickey Rourke causa el mismo efecto que el Jeffrey Lebowski de Jeff Bridges: riegas el chisme por el barrio, tratas de que todos lo conozcan, lo citas cada vez que puedes y cuando no puedes creas situaciones donde puedas citarlo. Sería capaz de esperar la vida entera hasta que una mujer montada en las piernas de Faye Dunaway me diga “I don’t ever wanna fall in love”, esperar hasta después de la eternidad si es preciso antes de responder, “Don’t worry, nobody has ever love me yet”. La copia, claro, no es la mejor, pero es Barfly y eso es más de lo que puedo decir de muchas películas. De hecho, se ve como un transfer de VHS subrayado por una franja verde radiación, como si la cinta hubiese estado guardada en un refugio luego de una gran explosión nuclear. Pero se nota que la copia fue hecha con harto cariño, pues a manera de menú (un menú sin opciones, por cierto) aparece una foto del mismísimo Bukowski, en blanco y negro y pixelada, como un merecido tributo. Luego empieza la magia y cuando empieza la magia ya no hay chance, el mundo se detiene y se reduce a un momento.
Al contrario de lo que suele pasar, Barfly es la mejor película-biografía sobre su autor que uno puede – porque sí, puede – encontrar en el mercado. El guión de Bukowski se resiste a la fuerte tentación de cubrir las páginas con sus poemas y apenas menciona un par de líneas aquí y allá, eso sí, líneas clave. A Bukowski le da un poco de pudor ser tan Bukowski y en vez de haberlo puesto a predicar sobre el estrado de la voz en off puso a su personaje en situaciones donde pudiese, con acciones y diálogos, explicar cómo es ser Bukowski, pero no el de verdad, no el que trabajó más de diez años en el servicio postal hasta que un editor arriesgado le ofreció un sueldo de cien dólares a la semana (¿o era al mes?) para escribir, sino el que nos gustaría ser, el tipo de apellido Chinaski que va por la vida sin la menor carga de duda o sufrimiento, vacilando el presente porque el resto es simplemente invacilable, despachando frases-máximas como si fuera lo más fácil del mundo, como si la sabiduría y el encanto llegaran de la mano todas las mañanas y se sentaran a desayunar con él. Aunque claro, el casi nunca desayuna.
To all my friends, yeah!