Fue hace años. Eran las doce del día y salíamos, desde las temerarias y adictivas colinas de Guápulo, hacia la costa. Nos íbamos de tour, dos ciudades, tres tocadas. Humilde, pero tour al fin y al cabo. En teoría, teníamos que salir a las ocho de la mañana. Pero éramos dos bandas de rock y a los rockeros les va mejor tocando que cumpliendo las órdenes del tiempo. Tras media hora de camino, el interior de la van olía y sonaba a disco rancia. Vino, ron, aguardiente y, obvio, pipa humeante pasando de mano en mano cual antorcha olímpica. En ese momento supe que Los Nietos caminan lo que predican, y me volví fan.
Tocamos (y de pronto volvemos a hacerlo) juntos varias veces. Al poco tiempo me aprendí de cabo a rabo un par de sus canciones. A veces, incluso, disfrutaba más de su tocada que de la de mi banda. Me paraba en primera fila y cantaba, a todo pulmón, “Tan sólo fue un impulso, nada más”, mi coro favorito de Los Nietos. Luego, por esas cosas que pasan en la vida y en el rock, cada cual siguió su camino y quedamos como panas. De esos tiempos de camaradería, acolite y auto destrucción masiva, saqué los mejores recuerdos, algún daño cerebral menor y un gran disco llamado “Ya no hay chance”. Lo que tengo, y aun escucho, es una versión, creo, del 2005, grabada y mezclada en Guayaquil. La masterización se hizo en Quito. En mi opinión, se les fue un poco la mano. El disco quedó casi demasiado limpio, demasiado pulcro, es decir, con muchos brillos arriba. Fue raro escuchar a Los Nietos tan formales después de haberlos conocido cara a cara. De cualquier manera, el disco engancha y no se diluye con las repeticiones. Es un álbum de rock a lo vieja escuela, con su parte new-retro y su parte latina, del lado del cono sur. Pero lo más importante no es el rock sino algo que, según yo, le falta a casi todas las bandas que se dicen rockeras: el nunca bien ponderado ROLL. Los Nietos tienen swing. Con ellos se puede lo mismo rockear que farrear. Y farrear en el buen sentido de la palabra: buena música, algunas peladas despiertas, buena onda, en fin, uno puede irse de largo sin caer en la vulgaridad.
Para mí, en términos de identidad, la palabra Nieto, escrita con mayúscula, es un apellido. Y así los llamaré siempre. Tito Nieto es la voz principal y toca una de las mejores guitarras rítmicas del país (físicamente es una mezcla entre Ben Harper & Eagle Eye Cherry, un Eagle Harper, digamos). Santiago Nieto hace coros que nunca mueren y toca el bajo, con un sentido de la melodía cercano al de Paul McCartney: frases pegajosas, pop y no por eso blandas. El Potter Nieto toca la guitarra líder, en cada sólo se roba la película y cuando no está en primer plano hace acompañamientos a lo The Edge: un sonido por cada dedo del pie (y también hace unas muecas que aliñan el show, no se sabe si es él quien se está tirando a la guitarra o viceversa). Los Nietos cambian de baterista con cierta frecuencia. Tal vez éste sábado 26 de abril, cuando toquen en el Pobre Diablo (Quito, sobre la Isabel la católica) lo hagan con Andrés Caicedo (Guardarraya / Can Can), un tipo que, en rigor, no es Nieto, pero ha tocado con ellos varias veces, tiene el pulso preciso para ello y es, sin duda, uno de los grandes bateros del Ecuador. Si no es Caicedo habrá sorpresa en la alineación.
Cuando los conocí, Los Nietos vivían en una casa muy pequeña, en Guápulo. Una amable caja de zapatos que tenía terraza, hamacas, cuarto de ensayo, gatos y olía siempre a algo que, las más de las veces, nadie sabía con seguridad qué podría ser. Habían llegado de Guayaquil. Lo habían dejado todo por la música. Se la estaban (entiendo que aún lo hacen) jugando y parecía que ponían toda la carne en el asador. Tito y Santiago tocaban durante el día y trabajaban en un bar durante la noche. Componían mucho, tenían varios discos en el horno y letras regadas en cada noche de trago y trampa. Por esos días pensaba que eran, lejos, mucho más valientes que yo y que casi cualquier otro músico de la zona. Hoy entiendo que cada uno tiene sus métodos y que no solo de valor vive el hombre. Sea como sea, Los Nietos siguen aquí y eso hay que festejarlo. Que no se duerman. Su disco aun no se presenta en sociedad. Esperemos que éste sea el año bendito. Mientras tanto, los tienen en vivo, superados, recorridos, quemados, revolcados, desaliñados, potentes. Jamás se han arrepentido de poner las manos al fuego para salvar una guitarra, o un cigarrillo al que le quedan unas pitadas.
Les pongo el link a su myspace, donde tienen los temas que andan promocionando. Pero la cosa es en vivo, no lo olviden. En el Pobre Diablo, este sábado por la noche.
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