Paul Schrader (1946) se hizo un nombre colaborando con Martin Scorsese, cuando Scorsese estaba recién convirtiéndose en Scorsese. Schrader escribió los guiones de Taxi Driver (1976), Raging Bull (1980) y The Last Temptation of Christ (1988). Eran otros tiempos, días distintos, horas de combate, y la industria se permitía hacer películas con más fines que reventar la taquilla. Tal vez por eso, porque sus protagonistas entendían perfectamente que se trataba de un momento que terminaría más temprano que tarde, Francis Ford Coppola y George Lucas unieron fuerzas, a través de sus compañías American Zoetrope y Lucasfilm, para financiar una película escrita y dirigida por Paul Schrader, una de las películas más bellas y arriesgadas de la historia del cine norteamericano: Mishima, una vida en cuatro capítulos.
La cinta se estrenó en 1985, directamente en Cannes, compitiendo por la Palma de Oro. La prensa internacional la llenó de elogios. El crítico Roger Ebert cuenta que tras la premier, él y Schrader se encontraron en un restaurante japonés, donde también estaban Coppola y Lucas. Aunque se habían reunido para celebrar el buen recibimiento de la cinta, Schrader sabía que en su tierra el panorama cambiaría, se nublaría, y le dijo a Ebert “creo que he hecho mi última película” Coppola y Lucas invirtieron diez millones de dólares en la producción y convencieron a la Warner Bros de que la distribuyera. Era 1985, Lucas ya había hecho las tres primeras Guerras de las Galaxias, Coppola ya había pasado a la eternidad gracias al Padrino I y II, seguro los de la WB pensaron que cualquier cosa que les gustara a ellos le gustaría a todo el mundo. Se equivocaron. Mishima no llegó ni al medio millón de dólares en Estados Unidos, pero vaya que movió el piso de todos los que la vieron, y de qué forma.
Los cuatro capítulos escogidos por Schrader fueron: una dramatización del 25 de noviembre de 1970, cuando Mishima acabó con su vida abriéndose el estómago con una espada, en el despacho de un general del ejército japonés (el ritual se llama seppuku y termina con el principal involucrado decapitado); y tres espléndidas puestas en escena extraídas de las novelas El templo del pabellón dorado, La casa de Kyoko y Caballos desbocados. Además, aquí y allá, entran flashbacks donde conocemos al Mishima niño, adolescente y adulto, el Mishima bisexual que le dedicó tanto tiempo al cuidado de su cuerpo como al de su mente, el Mishima que creó un ejército privado para devolver el honor a los soldados japoneses, que se fue a los 45 dejando 35 novelas, 25 obras de teatro, 200 cuentos cortos y 8 volúmenes de ensayos. Creo que jamás había visto una película de tan jugada estructura narrativa. Paul Schrader, que conoce y ama la obra de Mishima, decidió contar la vida de un creador a través de sus creaciones, tratando de entender qué pasaba por la cabeza del escritor durante esos procesos, qué sucesos personales lo llevaron a escribir lo que escribió, porqué esas novelas y no otras. De pronto, esa es la única o la mejor forma de armar la biografía de los creadores: dándole vida a sus creaciones. No sé. No puedo estar seguro. Lo cierto es que Paul Schrader, como Hernán Cortés cuando supo que sus hombres querían volver de México a España, quemó las naves y se quedó allá, en el mundo que estaba explorando y que, de alguna manera, conocía de memoria. Schrader, qué duda cabe, había vivido en las páginas de Mishima durante años y, cuando llegó la hora de ponerlas en la pantalla, le dio al mundo del cine una lección muy Mishima: es la vida la que tiene que ser una obra de arte, y no al revés. Si Mishima hubiese sido, en efecto, la última película de Schrader, hecha justo cuando él pudo haber usado sus poderes para el mal, Schrader sería el cineasta perfecto, el héroe, el mártir, la razón para estrellarte contra el mundo y salir volando en mil pedazos.
La cinta se estrenó en 1985, directamente en Cannes, compitiendo por la Palma de Oro. La prensa internacional la llenó de elogios. El crítico Roger Ebert cuenta que tras la premier, él y Schrader se encontraron en un restaurante japonés, donde también estaban Coppola y Lucas. Aunque se habían reunido para celebrar el buen recibimiento de la cinta, Schrader sabía que en su tierra el panorama cambiaría, se nublaría, y le dijo a Ebert “creo que he hecho mi última película” Coppola y Lucas invirtieron diez millones de dólares en la producción y convencieron a la Warner Bros de que la distribuyera. Era 1985, Lucas ya había hecho las tres primeras Guerras de las Galaxias, Coppola ya había pasado a la eternidad gracias al Padrino I y II, seguro los de la WB pensaron que cualquier cosa que les gustara a ellos le gustaría a todo el mundo. Se equivocaron. Mishima no llegó ni al medio millón de dólares en Estados Unidos, pero vaya que movió el piso de todos los que la vieron, y de qué forma.
Los cuatro capítulos escogidos por Schrader fueron: una dramatización del 25 de noviembre de 1970, cuando Mishima acabó con su vida abriéndose el estómago con una espada, en el despacho de un general del ejército japonés (el ritual se llama seppuku y termina con el principal involucrado decapitado); y tres espléndidas puestas en escena extraídas de las novelas El templo del pabellón dorado, La casa de Kyoko y Caballos desbocados. Además, aquí y allá, entran flashbacks donde conocemos al Mishima niño, adolescente y adulto, el Mishima bisexual que le dedicó tanto tiempo al cuidado de su cuerpo como al de su mente, el Mishima que creó un ejército privado para devolver el honor a los soldados japoneses, que se fue a los 45 dejando 35 novelas, 25 obras de teatro, 200 cuentos cortos y 8 volúmenes de ensayos. Creo que jamás había visto una película de tan jugada estructura narrativa. Paul Schrader, que conoce y ama la obra de Mishima, decidió contar la vida de un creador a través de sus creaciones, tratando de entender qué pasaba por la cabeza del escritor durante esos procesos, qué sucesos personales lo llevaron a escribir lo que escribió, porqué esas novelas y no otras. De pronto, esa es la única o la mejor forma de armar la biografía de los creadores: dándole vida a sus creaciones. No sé. No puedo estar seguro. Lo cierto es que Paul Schrader, como Hernán Cortés cuando supo que sus hombres querían volver de México a España, quemó las naves y se quedó allá, en el mundo que estaba explorando y que, de alguna manera, conocía de memoria. Schrader, qué duda cabe, había vivido en las páginas de Mishima durante años y, cuando llegó la hora de ponerlas en la pantalla, le dio al mundo del cine una lección muy Mishima: es la vida la que tiene que ser una obra de arte, y no al revés. Si Mishima hubiese sido, en efecto, la última película de Schrader, hecha justo cuando él pudo haber usado sus poderes para el mal, Schrader sería el cineasta perfecto, el héroe, el mártir, la razón para estrellarte contra el mundo y salir volando en mil pedazos.
1 comentario:
Schrader tiene una gran película luego, "Aufocus". Claro, frente a "Mishima" se diluye. PEro sí, es una gran película, que la dieron, recuerdo, por cinemax.la grabé, le veía una y otra vez y luego hice un intercambio con un amigo por el "All things must pass", de Harrison, por ella.
Ya había hecho el daño que debía hacer...
SAludos
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