11.18.2008

Tres columnas del cronista Chang.


El próximo martes 25 de noviembre, a las 15h00 en el auditorio Augusto San Miguel de la CCE, estaré en un conversatorio con el peruano Julio Villanueva Chang, fundador de la revista Etiqueta Negra, sin duda, uno de los nuevos íconos del periodismo latinoamericano. Las credenciales de Chang son tantas, y tan diversas, que hará falta otro post para publicar su CV. Por ahora basta decir que es editor y cronista, y uno de los mejores de su generación.

Como adelanto, acá van tres columnas de Chang, todas relacionadas a escritores y, de una forma muy creativa, al oficio de crear, aparecidas en el Diario Público de España.




UN HOMBRE ENCANTADO DE QUE LO INTERRUMPAN

A Italo Calvino no le gustaba escribir siempre en el mismo lugar, pero cuando escribía le encantaba que le interrumpieran. Dos extrañas costumbres para un intelectual introvertido, en una tradición de escritores que se jactan de la disciplina y la soledad del encierro. Sin proponérselo se oponía a una de las máximas que Pascal lanzó en el siglo XVII: «Toda la infelicidad de los hombres proviene de una sola cosa: no saber estar inactivos en una habitación». Con esta sentencia, el filósofo y matemático que había descubierto los secretos del triángulo y pensado en fórmulas sobre la creencia de Dios parecería ahora un propagandista del budismo zen y la pereza en tiempos de extrema movilidad digital. Quien inventó la primera máquina calculadora podría incluso parecer precursor de un acto de resistencia que hoy la IBM promueve en sus oficinas: que sus empleados se desconecten por un día del resto del mundo. Cada viernes, ellos tienen licencia para no hacer reuniones ni contestar e-mails y llamadas telefónicas. Algunas empresas lo llaman «espacio en blanco»: se trata de abolir esas prótesis electrónicas que han revolucionado nuestro modo de pensar y trabajar. Es una batalla simbólica contra la adicción a ese lado oscuro de la tecnología que debilita la capacidad de concentración. Una habitación liberada de interrupciones es como un tributo postindustrial a Pascal.

Cuando a Newton lo interrumpió la caída de una manzana y descubrió la ley de la gravedad, se debió más a su paciente atención que a cualquier otro talento. En tiempos de aturdimiento digital, la tecnología está sobre todo al servicio de la distracción. En su libro Distracted: The Erosion of Attention and the Coming Dark Age, Maggie Jackson estudia cómo perdemos cada día más posibilidades de pensar en profundidad y de aprender: cada tres minutos un hombre deja de hacer algo para revisar su e-mail, responder su teléfono o subir algún dato a Facebook. Pero no siempre es negativo distraerse. Al explicar el lenguaje de los poetas, Octavio Paz advertía: «Distracción quiere decir atracción por el reverso de este mundo. La voluntad no desaparece; simplemente, cambia de dirección (…) La pasividad de una zona provoca la actividad de la otra y hace posible la victoria de la imaginación frente a las tendencias analíticas». Distraerse puede ser entonces otro modo de estar alerta, la lucidez en el ensimismamiento. A veces, cuando Chejov conversaba con sus amigos, se reía de súbito frente a ellos a pesar de que no habían dicho nada divertido. Al oír alguna anécdota, Chejov empezaba a convertirla en una historia humorística en su mente. Tenía una atención distraída, un oxímoron parecido a un silencio revelador. Como si se reconciliara con esa demanda de quietud y soledad de Pascal, Italo Calvino creía que para escribir no había nada mejor que un cuarto de hotel, anónimo, vacío y abstracto, sin recuerdos que le distraigan. «No me encierro nunca y no me molesta que me hablen», dijo quien nunca quiso usar una máquina de escribir.



EL HOMBRE CORAZÓN DE PLÁSTICO

Luego de haber sido atropellado por el camión de una lavandería, quizás haya sido plástico la última cosa que tocó la piel de Roland Barthes antes de morir. A mediados del siglo XX, en su libro Mitologías, profetizaba la omnipresencia del plástico y bromeaba diciendo que Fenoplasto y Polietileno parecían nombres más propios de un pastor griego. «Al final se inventarán objetos sólo por el placer de usarlo. La jerarquía de las sustancias ha quedado abolida; una sola las reemplaza a todas: el mundo entero puede ser plastificado». Lanzada una década después de la Segunda Guerra Mundial, aquella sentencia no tenía tono apocalíptico de Nostradamus, sino uno optimista: con su propagación lo artificial –lo postizo– se identificaba con el uso doméstico en lugar del lujo. La moda del plástico, según Barthes, era una evolución del mito de la imitación. Hoy, cincuenta años después de su profecía, los ecologistas militan por la abolición de las bolsas de plástico y esperan que la gente los imite: en su libro El mundo sin nosotros, Alan Weisman dice que «el plástico es la encarnación de nuestro sentimiento de culpa colectivo por arruinar el medio ambiente». Una sustancia que puede competir en inmortalidad con las cucarachas.

Un Nostradamus verde vuelve a azotar nuestra imaginación. Cada bolsa de nylon volando por las calles no es una travesura del viento: terminará depositándose en el océano y los desperdicios de polímero acabarán con sus criaturas, desde ballenas hasta pulgas de mar. Cada minuto, se fabrican cien millones de bolsas de plástico en el mundo, las necesarias para obstruir el alcantarillado de Bangladesh, o para formar parte de un mar de basura del tamaño de un continente. Hace medio siglo que Barthes tiene razón. El plástico es la materia en estado camaleónico y con infinitas posibilidades de envolver al mundo entero hasta asfixiarlo. Basta inspeccionar a tu alrededor: los anteojos que te acomodas para leer esta frase son de plástico, pero también el teléfono que está timbrando, la tarjeta de crédito con deudas, el reloj que prueba que llegas tarde a una cita, la dentadura postiza de tu vecino, el juguete del sobrino que está de cumpleaños, la muñeca inflada que miras por Internet, el interruptor de luz, los calcetines que llevas puestos. Incluso las naves espaciales y las telarañas de la esquina tienen plástico. Sin el vinilo y sin la celulosa no hubiésemos podido disfrutar de discos ni películas que son parte de nuestra educación sentimental. Deberíamos agradecerle sus servicios prestados a la humanidad. Barthes, luego de anunciar que el mundo entero puede ser plastificado, profetiza: «Y también la vida, ya que, según parece, se comienzan a fabricar aortas de plástico». El plástico ha sido siempre un caso del corazón.



UN HOMBRE ATRAPADO EN EL ASCENSOR

Hace unos días, cuando alguien le preguntó cómo podía ser tan productivo, Umberto Eco dijo: «¿Ha oído hablar de los tiempos muertos? En esos dos minutos que tarda en llegar el ascensor, yo trabajo». Otis, la más antigua compañía de elevadores de la Tierra, se jacta de que cada cinco días sus máquinas transportan el equivalente a la población mundial. En las ciudades, las casas desaparecen, los arquitectos piensan en vertical y se prohíbe usar escaleras. ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas pasamos a la espera y dentro de un ascensor? Una noche de octubre de 1999, el productor ejecutivo de la revista Business Week Nicholas White salió de su oficina en un rascacielos de Nueva York a fumarse un cigarrillo. Cuando volvía a ella, se quedó atrapado en un ascensor. Era un viernes y nadie lo notó hasta el domingo. Fueron 41 horas allí. Nick Paumgarten cuenta esta historia en The New Yorker y en su página electrónica se ve el encierro de White grabado por una cámara de seguridad del edificio. Alguien ha acelerado el video y le ha puesto música de fondo.

El hombre estuvo casi dos días en el ascensor, pero hoy uno lo ve en una película muda de tres minutos y medio. La música y la aceleración amortiguan el horror del silencio y de la espera. White no llevaba teléfono móvil ni reloj. Tenía tres cigarrillos y su billetera. Después de su rescate, no volvió a trabajar en Business Week. Demandó al fabricante de ascensores y a los responsables del mantenimiento del edificio por veinticinco millones de dólares. Años después llegó a un acuerdo, pero muy lejano a lo que demandaron sus abogados. Se gastó todo su dinero y aún está desempleado. Nicholas White nunca supo por qué se detuvo el ascensor.

Lo que no se ha detenido es la fantasía de qué se puede hacer encerrado allí. «¿Alguna vez lo has hecho en un ascensor?», se repite con un morbo adolescente. No es la única fantasía. En Internet, se anuncia que en octubre de 2031 se inaugurará un ascensor al espacio. Michael Laine, un ex marine que hoy es presidente de LiftPort, una compañía dedicada a buscar dinero para construirlo, trabajó en complicidad con Bradley Edwards, un físico famoso a quien hace unos años la Nasa le pagó más de medio millón de dólares para demostrar que eso era posible. En un principio, el ascensor no llevaría gente. Sólo transportaría carga como satélites. En un planeta donde el clima se ha vuelto loco, el precio de los combustibles se eleva a la estratósfera y el agua desaparece, la conquista del espacio es un negocio más urgente y rentable.

Arthur C. Clarke escribió una novela en la que un ingeniero construye un ascensor anclado en una montaña sagrada. Su viaje vertical acaba en un asteroide en órbita. Nicholas White, aquel hombre que nunca volvió a trabajar tras haber quedado atrapado en un ascensor terrícola, es más digno de una novela de Stephen King. Anclados en la incomodidad y en el miedo de no saber qué hacer frente a un extraño dentro de uno, a casi nadie se le ocurriría publicitar los ascensores como un lugar para pensar. Mientras tanto, Umberto Eco espera que la tardanza del siguiente ascensor lo lleve sin certidumbres hasta su próximo libro.

3 comentarios:

Mariuge dijo...

Off topic: hoy leí tu artículo sobre Pablo Fajardo en Terra Incógnita, y debo decir que en realidad me conmovió, además la foto de la mujer cofán y la del hospital no se van de mi retina, algunas veces he estado en los sitios que describes afectados por esa destrucción y en verdad admiro su lucha. Fue muy grato darme cuenta que eras el mismo de Cultura B y los Pescados, ya te había escuchado antes en la Bunga. Desde ahora me suscribo fijo a tu blog para no perderme artículos.

Juan Fernando Andrade dijo...

mariuge

gracias x tus comentarios. todo el crédito es para la gente q lucha en el oriente contra Texaco. Pablo Fajardo es un gran tipo, buena onda, capaz de llegar hasta las últimas consecuencias.

y sí, soy el mismo, aunque a veces pienso q necesito un clon.

este blog estará siempre abierto para gente como tú.

salu2

Anónimo dijo...

Hola:

Soy Isabel de Perú.Encontré tu blog porque sabía que Julio Villanueva Chang(soy su fiel seguidora) estaría en Ecuador, así que de inmediato me puse a buscar información de la influencia y reconocimineto que tiene allí.Así encontré tu blog.Me gusta por la diversidad de temas y esa constancia tuya por contribuir que Amércia Latina, sea el lugar de los mejores periodistas, cronistas y escritores.
Julio Villanueva Chang, es sin duda un gran periodista, su forma de escribir una historia es inigualable. Lo admiro por todo ello y además porque es un buen tipo.

Muchos saludos desde Perú.
Con amor a América Latina
Ahora entró casi todos los días a este blog.