1.12.2009

Mila Sivelich.


Cuenta la leyenda que el gran director y guionista Billy Wilder tenía en su mesa de noche una libreta y un lápiz. Al parecer soñaba mucho y de esos sueños salían ideas para sus películas: escenas, momentos, personajes, en fin, frases para el bronce. Una noche, BW soñó lo que pensó sería su mejor película, acaso la mejor película de todos los tiempos, se incorporó para anotar la idea general y volvió a dormir convencido de que en sus manos tenía oro. Al despertar, BW se puso los lentes, tomó la libreta y leyó: “Boy meets girl” Eso era todo: chico conoce chica.


En general, disfruto mucho más de pelis/libros/canciones cuando hay un interés amoroso de por medio. Si me ponen a un gordito-pajero-rockero persiguiendo a la que cree es el amor de su vida, listo, me ganaron, enganché. La pelada de la historia es clave, hay que construirla de tal forma, que no solo sea el personaje principal quien se enamore perdidamente de ella, si no la audiencia completa. Hay que hacerla redonda, con virtudes que se puedan envidiar y, aún más importante, defectos que se puedan querer. Esa pelada debe tener gestos, muecas, una manera de caminar que nos haga pensar que el resto de peladas son relleno, mera escenografía. Esto lo entendieron Cervantes y Shakespeare y Seinfeld por igual. Esto sucede, por mencionar tres casos específicos a lo largo de varias generaciones, con Vivien Leigh en “Gone With The Wind” (1939), con Diane Keaton en “Annie Hall” (1977) y con Natalie Portman en Garden State (2004). Esto debería suceder siempre, por lo menos en las historias que involucran una conexión entre dos personas que supere el placer inmediato del encuentro sexual.






Termino de leer “Los impacientes” (premio Biblioteca Breve Seix Barral, 2000) del argentino Gonzalo Garcés (1974) y me quedan claras varias cosas. No creo que vuelva a leerla entera jamás. No es mi tipo de libro, es complicado, enredado, no sé si demasiado inteligente o demasiado pretencioso, es, en pocas, un libro escrito para que lo lean y lo aprecien y lo envidien escritores, no para que lo disfruten lectores. Garcés tiene un dominio técnico notable, se complica a propósito (nada peor que los que se complican porque metieron la pata) y sale bien parado, juega con el tiempo, con la persona que narra, con los sujetos y al final arma un todo que se sostiene firme por sí mismo. Pero en ese intento de perfección y de vanguardia (que admiro y respeto y alabo sin envidia), creo, se pierden sentimientos, feeling, onda, sacrificados en pos de una novela impecable y perspicaz. No sé. La vida no es perfecta y el arte, si es humano, no tiene porqué serlo. Pero claro, como reza el viejo adagio: la belleza está en los ojos de quien la mira.

Lo que sí sé, es que no podré olvidar a Mila Sivelich, el “interés amoroso” de esta novela, y que por lo tanto no podré olvidar a “Los impacientes”. Mila está en el centro de un triángulo amoroso. Boris (músico) y Keller (escritor) son sus mejores amigos y, en épocas distintas, son también sus amantes. Mila es el tipo de pelada que me gustaría conocer. Salir, vacilar, de pronto hasta tener algo parecido a una relación pero, eso sí, que no dure mucho. No quiero casarme con Mila, pero me gustaría decir cosas como “una vez me amarré con una man que estaba completamente loca pero era increíble”, y estoy seguro de que Mila sería esa man.

Aca unas líneas de Mila que subrayé mientras mi interés por ella, literal y físico, iba creciendo entre las páginas de la novela.

Y ahora es imperativo, dada la rapidez creciente de tales acontecimientos, que intentemos un resumen. Lo hemos señalado antes: el hecho de que, desde su triunfo a fines del pasado siglo, la concepción materialista hubiese aumentado de modo sin precedentes la conciencia de la muerte, es tema de una vasta literatura. Que dicha conciencia nos condena a una esencial e impiadosa soledad, casi cualquier individuo puede constatarlo por sí mismo. Asimismo la ausencia de Dios, en lo que a la soledad se refiere, no debe desdeñarse en un estudio serio.

Y en cuanto a lo demás, a lo que infinitamente ha dolido: no dejé de equivocarme, no dejé de entrar más y más profundamente en un dominio cuya violencia podía, objetivamente, llevarme a una locura que no era mía siquiera. No puedo decirlo mejor: lo sorprendente de ese año y medio después de que dejara de ver a Boris y a Keller, es que fue parecido a mis temores, pero no a mí. Yo he tenido mi adolescencia tardía y difícil, comprenderán, igual que otras mujeres notables, pero no tengo vocación de loca. No, al menos, de loca de loquero. Sabía que el caos no iba a durar por siempre. Después de la noche en que volví a lo de Boris de aquel modo lamentable, se instaló en mí esa rara convulsión sagrada, un sincero deseo de macerar la carne, de romperme contra las piedras.

Es hora de que lo diga: la gente me aburre. Además, cuando se han tenido ciertas experiencias, una se vuelve incapaz de abrir las piernas a un extraño en la inconsciencia feliz de lo humillante del acto; queda a merced del amor, si es que llega alguna vez, y yo no creía en eso más que en Dios o en los rumores bursátiles. Las mujeres aman tan fácilmente, y sufren tanto al hacerlo, porque llevan úteros abiertos, en los que casi cualquiera puede entrar, por poco que quepa.

…no sé si te dije, por enésima vez, que tengo serias intenciones de ser escritora; la primera regla del oficio, morder cada cosa sólo cuando los dientes están listos...


Ya lo dijo Peter Parker: esta, como cualquier historia que valga la pena contar, es sobre una chica.

7 comentarios:

El Morador del Sector dijo...

Yo vivo con mi propia Mila Sivelich. La quiero matar.

Anónimo dijo...

Muy cierto lo que dices, Juan Fernando, tanto sobre este libro como sobre el enamorarse de un personaje. A mí siempre me conmovió mucho Boris.

Juan Fernando Andrade dijo...

Morador,

primero, me partí d la risa con tu comentario. segundo, me asusté un chance. en todo caso: suerte, bro.

Bonnie,

gracias x tu comentario. Boris me cayó muy bien. y es una gran movida d GG no dejarlo hablar casi nada, someterlo a la memoria d sus 2 amigos/amantes.

hay otra novela de GG, c llama "El futuro". la laíeste??? q tal???


saludes

Anónimo dijo...

Es verdad, Boris es el único que no habla, fíjate que nunca se me ocurrió que podía ser eso lo que me lo hacía más simpático, cuando en buena lógica habría tenido que preferir a Keller. No hablar lo protege de parecer enredado como los otros, está más volcado hacía su arte y menos hacia su propia persona, más maduro por ende.

Ésta fue una novela muy inmadura sobre la inmadurez, y tal vez haya sido un destello de lucidez de parte de G vislumbrar que por ahí estaba la respuesta.

El futuro creo que es mejor que Los impacientes, pero es muy distinta, no suele gustarles a las mismas personas. No tiene para nada esa complicación a propósito que bien notas, y el argumento es muy distinto.

Ahora, tal vez yo tenga cierto "bias" en el asunto, soy la esposa del autor.

Anónimo dijo...

Juan Fernando,
El futuro me parece mejor aun que Los impacientes. Eso sí, es muy distinta, tanto en estilo como en argumento.

Juan Fernando Andrade dijo...

Bonnie,

diste en el blanco con eso d "una novela muy inmadura acerca d la inmadurez". en rigor, no creo q sea TAN inmadura, sólo en función a lo q necesitan/merecen sus personajes.

ahora tengo ganas d leer "El futuro" y t agradezco harto x eso.

sobre los "bias", supongo q es imposible q no los tengas considerando tu estado civil. pero aquello hace más interesante todo este asunto.

muchos saludos para ti y para G.

Nico dijo...

Leí tu post de Gran Torino y me anime a verla... Me pareció increíble!!!

Muy bueno el blog