Tengo lo que en Ecuador se llama chuchaqui seco. O sea, una resaca, o cruda, o guayabo, que se produce sin necesidad de haber bebido con antelación. Es un dolor de cabeza que no mata, pero jode un montón. La causa: un vuelo que decidió salir muy temprano, uno de esos vuelos que te obligan a despertarte cuando todavía está oscuro, cuando la única gente que se mantiene despierta y digna es la que sigue de fiesta. Estoy en Ezeiza, el aeropuerto de Buenos Aires. Espero un vuelo de Lan que me llevará primero a Santiago, segundo a Guayaquil y tercero a Quito. Pasarán horas, casi todo un día, antes de que llegue a mi casa y pueda, de verdad, descansar. Mientras tanto, este chuchaqui seco seguirá latiendo, de eso estoy seguro, me ha pasado antes.
A mi izquierda, una joven pareja argentina entretiene a sus hijos pequeños con juegos verbales, cuentos, bromas, amagues. Los niños no son mellizos pero están vestidos como si lo fueran.
A mi derecha, una adolescente medio emo-medio punk (si aquello es posible) lee un libro llamado The Eye of the Labyrinth, no puedo ver el nombre del autor porque la tapa descansa sobre su muslo, a pocos centímetros de sus pies descalzos que tiemblan de vez en cuando.
Frente a mí, un tipo de pelo largo y barba de tres días, echado sobre una fila de tres asientos, ronca como si estuviera en su casa. También hay gente fumando y una chica le dice a su novio “así debieron ser los ochentas, todo el mundo fumando en los aeropuertos”. Y sí, es raro encontrar humo flotando tan campante en los aeropuertos del siglo XXI.
Fundas del Duty Free que seguramente guardan paquetes cuadrados de alfajores Havanna (elaborados en Mar del Plata), equipaje de mano, cámaras, revistas, periódicos, audífonos, gafas, abrigos, pantalones cortos, ojos rojos por la falta de sueño, como los míos.
¿En qué estaría pensando Charly García cuando escribió un amor real es como vivir en aeropuertos? El tiene que saber bien de que se trata esto. Seguro, en algún momento de su carrera, pasó más tiempo a treinta mil pies de altura que en tierra firme. Supongo que el amor puede ser una sala de espera. Uno está ahí, esperando que la azafata que casi lo deja fuera del vuelo anuncie que los primeros en embarcar serán los pasajeros de clase ejecutiva. Uno sigue ahí, noqueado o emocionado, yendo o viniendo, a punto de embarcar un avión que lo trasladará de un lado a otro, de un sitio a otro, que lo moverá de donde está a otra parte que bien puede ser una aventura impredecible o la comodidad del hogar o the horror. Uno espera porque este lugar se hizo para eso, para esperar. Uno espera el avión como espera el amor, con fe, con esperanza, con ganas, con hambre. Si te vas de vacaciones, a un lugar al que siempre has querido ir, sientes lo mismo que cuando te amarraste con esa pelada con la que siempre quisiste estar, sientes que ya nada podrá estar mal. Si, por ejemplo, estás viajando al entierro de un familiar o de un amigo, sientes ese vértigo propio del rompimiento, el miedo a los días que vendrán, a un futuro al que le faltará, por siempre, una pieza que fue clave.
Ok, debo embarcar dentro de poco. Quisiera que todo esto pase rápido, como si se tratara de una de esas cabinas de tele transportación que usan en Star Trek. Tengo sueño, me duele la cabeza, el humo ajeno se pegó a mi ropa y de ley también se pegó a mi pelo. La gente que estaba a mí alrededor ha desaparecido, jamás los volveré a ver, como esos amores que acaban de un día para el otro y se van volviendo pixeles en un pasado que se amplifica con cada segundo. Lan Ecuador les da la bienvenida a su vuelo 1446 con destino a Santiago y conexiones.
Ahora estoy en el Arturo Merino Benítez o SCL, el aeropuerto de Santiago, acá los fumadores tienen su propia república, apartados del resto. A mi derecha un típico almacén de aeropuerto llamado Rumbo Sur. Best Sellers, revistas, souvenirs de todos los sabores y colores, chocolates y libros con títulos como Recorriendo Chile. La clase de almacén donde las mamás compran llaveros para sus amigas y los papás compran los periódicos (todavía se me hace raro comprar periódicos, en Ezeiza compré El País, Crítica y Página 12, y estoy feliz, pero esto de adquirir los diarios me produce un misterioso after taste). Hice mi parte, gasté los últimos dólares que tenía en la billetera en la Gatopardo No. 96, John Malkovich aparece en la portada.
Los aeropuertos son como embajadas, creo. Si estás en un aeropuerto no puedes decir que estás en un país aunque, en rigor, lo estés, lo mismo que cuando pisas una embajada. Embajada sonaría mejor con N: eN bajada.
A mi izquierda, la madre lee El Mercurio y la hija pequeña monea su laptop, ambas están masticando chicle. Dos generaciones, sin duda. Mi viejo dice que no sería capaz de leerse un libro entero en la compu, que la pantalla chica funciona con noticias, textos cortos. Yo nunca he intentado leer una novela entera en mi HP, pero conozco gente que lo hace a menudo y no se queja. Esa gente vive en el futuro o, más bien, en el presente.
Frente a mí una chica que ya está en los treinta o pega en el palo. Vestida enteramente de negro, acaba de acostarse sobre dos asientos para leer, su cabeza apoyada en una cartera color cebra. Su pelo es rizado y amarillo, no exactamente rubio, algunas raíces se ven oscuras, de pronto se lo pinta. Tiene look biker: chaqueta de cuero, botas de taco en punta, cara de cabreada. Aplicando el estereotipo, uno diría que es una animal en la cama, best polvo ever, de esas que gritan y amarran y golpean. Hace un momento sacó su celular y habló con su mami. Le dijo que le de las llaves “al Cris” porque “tiene que darle de comer al perro” También dijo que había estado esquiando en Argentina o en otro lado, pero había estado esquiando. Pelada aniñada.
Lo peor de las escalas largas es que terminas gastando plata en cualquier cosa. En mi mano un Frapuccino de Starbucks (que pagué con mi tarjeta de débito y de saldo menguante). Sabor: dulce de leche creme. El primer trago es delicioso. El camino a seguir es difícil pues la bebida en cuestión empalaga más temprano que tarde. Y aquí viene un complejo miserable que me avergüenza, una especie de obligación-sentimiento-de-culpa que, creo, viene desde mi provinciana infancia. Sé que no tengo que tomarme esta cosa que ya me aburrió, que puedo tirarla a la basura cuando me plazca, pero si lo hago, sé que luego sentiré que me estafé a mí mismo. Los aeropuertos son, tal vez, los mejores lugares para ser patético. Todos están en otra, cansados, despeinados, sudados, pegajosos, con lagañas en los ojos. A nadie le importan las tonterías de un insignificante compañero de celda.
Bueno, ya está, me tomé el puto frapuccino ese y estoy al borde de ladrar por un poco de agua. El tiempo se consume despacio, las caras se alargan, las fundas de Duty Free se multiplican ante mis ojos y no es un milagro. Un avión acaba de despegar. Quisiera estar ahí. I wanna go home.
1.04.2009
Vivir en aeropuertos (jam session)
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6 comentarios:
Hey no me contaste que te ibas a Bs As, qué lindo, yo medio bajón porque me dio varicela, una mierda...
Yo le decía Jet Lag, pero si al final es como un chuchaqui seco, yo recién me estoy recuperando
Dentro de toda la dificultad que representa un chucahqui seco, siemipre hay quienes lo disfrutamos. Dos o tres veces al año cuando vuelvo a Ecuador en ese mismo vuelo me siento bien,pero es porque sufro de insomnio y en esas circunstancias me siento normal. Mientras todos lucen cansados yo estoy de lo mejor. Igualmente lo único que no quisiera, es encontrarme con vos en un aeropuerto, porque sería pescada infragante con alguno de mis fatales defectos. Un gusto leer tu blog!
Ileana,
espero q estés mejor. sigues en Gkill o ya d vuelta en Baires???
Qeshpisqa,
el viajero debe convivir con estos síntomas. el truco está en ahcer q valgan la pena.
Gretel War
gracias x tus palabras. para mi también es un placer leerte. t juro q no ando pescando los defectos d la gente. la cosa es q el cerebro también sufre irregularidades cuando cambia, muy a menudo, d usos horarios.
saludes a todos!!
Hola,
estoy naturalmente en un aeropuerto. Estar en una aeropuerto significa estar en transito. Sino uno no "esta" en el aeropuerto.
Para mi es algo especial estar en transito, porque es algo asi como estar fuera del tiempo y del espacio. Es un momento para uno mismo. Uno termino o esta por empezar un viaje excitante, importante, y si bien uno podria trabajar, no dan muchas ganas. Mas bien dan ganas de reflexionar de tomar un poco de distancia de las cosas.
Siempre pienso en la cancion de charly y eso me trajo aqui
saludos
Uy sí, es una sensación interesante... Hace poco me dió insómio por tres días y por momentos lo disfruté mucho, aproveché para hacer mil cosas y hasta fui al cine. Pensaba uy tendría que estar durmiendo! mientras cruzaba la calle. Fue como soñar despierta, hasta lo recuerdo como un sueño.
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