2.20.2009

La revolución que no fue.


Te enamoraste de alguien pensando que esa persona era la solución a todos los problemas, que daba igual si a tu alrededor el mundo se caía a pedazos porque estabas enamorado y en teoría el amor es más fuerte y en teoría te mantiene a salvo, te protege como un campo de fuerza portátil. Luego pasaron varios años. Luego te casaste, tuviste hijos, responsabilidades y te hiciste un adulto. Como ya no estás solo, y como no quieres ser un miserable egoísta porque en teoría sigues enamorado, diriges tu vida pensando en el bien común. No te diste cuenta. Simplemente pasó.

Vi Revolutionary Road dos veces, hace semanas. Todavía la siento cerca. Algo de esa peli se quedó conmigo y no me suelta. Kate Winslet y Leonardo DiCaprio se reunieron tras diez años del espantoso estreno de la espantosa Titanic y se vengaron de todos los que alguna vez los criticamos. Al parecer, su amistad con Martin Scorsese ha convertido a DiCaprio en un mejor actor y en una mejor persona (no me consta que sea buena persona, pero si es amigo de Scorsese, no puede ser tan turro). Y aunque Winslet ya fue la perfecta pelada imperfecta en Eternal Sunshine of the Spotless Mind, aparece en RR como una mujer hecha y derecha a la que los años le han enseñado mucho.

Los Wheeler, una pareja joven con hijos pequeños, vive en una calle llamada Revolutionary Road. El tiene un trabajo que odia y una amante. Ella acaba de darse cuenta de que su vida no es para nada lo que esperaba y quiere hacer algo al respecto. Los Wheeler están estancados, distanciados, tibios y piensan en mudarse a París. Esto de los viajes en plural es clave: pensar que los problemas de pareja se arreglarán mágicamente al cambiar de locación es francamente ingenuo, sin embargo, el simple hecho de tener esperanza, de preferir pelear hasta las últimas consecuencias en vez de hacer lo más cómodo y tirar la toalla es, a todas luces, admirable y necesario.

Los Wheeler planean su viaje hasta que él recibe una oferta de trabajo que involucra un aumento salarial y, de pronto, quedarse donde está ya no le suena tan mal.

Y todo se derrumba de la única manera posible: lenta y dolorosamente.

En las relaciones cambia uno y cambia la otra y cambiamos los dos y cambia el amor. Un día te levantas al lado de la misma persona con la que has dormido durante años, sólo para descubrir que es una perfecta extraña y para sentirte miserable y equivocado. Algunos se lo callan y viven para dentro, muy poco y muy mal. Otros se la bancan, se ponen por encima del dolor y aunque cueste romper todo eso que simbolizó la felicidad, todo eso que nos prometió el paraíso, cortan de raíz el árbol que creció torcido.

Los Wheeler simplemente no pudieron con el muro que hay al final del túnel.

Las promesas no se cumplen solas.

La revolución que se anuncia y no llega termina por acabar con todo aquel que la esperaba.

2.16.2009

Dinero fácil.


Uno de los comentarios (que como siempre agradezco, harto, y no respondo por falta de tiempo) al respecto de mi entrada anterior, firmado por un Anónimo, me invita a escribir algo sobre la celebradísima Slumdog Millionaire, que acaba de romperla en Hollywood llevándose ocho premios de La Academia. No tenía pensado hacer pública mi opinión sobre SM porque creo en eso de: si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada. Sin embargo, las cosas no siempre suceden tal cual lo planeamos. So... here we go.

Empecemos aclarando que el director inglés Danny Boyle ha cometido errores en el pasado, pero han sido pocos. Fuera de su fallido intento por hacer una comedia con A Life Less Ordinary, Boyle ha jugado bien sus cartas y su currículum es bastante decente: Shallow Grave (genial), Trainspotting (genial e icónica), The Beach (que no me convence del todo pero bueno, juega), 28 Days Later (genial), Millions (que no he visto pero se de buena fuente que es muy buena) y Sunshine (acaso su mejor película). Así que hablamos de un tipo que, al parecer, sabía lo que estaba haciendo... hasta ahora.

Según SM la policía puede torturar a un chico humilde por saber todas las respuestas de un programa de televisión. Esto es simplemente absurdo, ¿en serio pasan este tipo de cosas en la India?, que avisen para no ir. Recordemos que cuando empiezan los castigos, el muchacho es ya una figura pública que tiene a la audiencia de su lado, o sea que bien podría hacer un lucrativo escándalo al estar en libertad. Además, todo esto es provocado por el anfitrión del show, que francamente es una caricatura que no te puedes creer, el tipo es como un gangster todopoderoso que tiene poder político y nadie sabe cómo. Además, SM repite y repite y repite los mismos recursos durante toda la cinta. Escuchamos la pregunta y luego viene el flashback que nos explica cómo es que él sabe la respuesta. Todas las escenas de acción son persecuciones filmadas, editadas y montadas usando un copy/paste tras otro. Pero lo que más me molesta es que la chica de la historia, que en honor a la verdad es guapísima, toda una princesa hindú, es más sonsa que una papaya y no veo porqué el pobre man haría todo lo que hace por conseguir el amor de una pelada que, ya pues, no es TAN bacán. ¡Ah!, y como si eso no fuera suficiente, esta chica vive con un hombre horrible con pinta de matón, a cuya residencia nuestro héroe entra con la excusa más tonta del mundo.

En general, me parece que SM está hecha para que sea uno la mala persona si es que no le gusta, y eso es hacer trampa, jugar sucio. ¿Cómo no te va a conmover la historia de un héroe salido del lumpen que sigue vivo de puro milagro? Fácil, porque no basta con ser pobre para ser interesante ni con ser sensible para ganarse al público. Al final, SM es como un souvenir de aeropuerto, algo que los turistas pueden comprar para convencer a sus amigos que de verdad estuvieron en la India, cuandomapenas salieron del hotel. Se me hace que Danny Boyle no conocía de verdad el país en el que se propuso rodar. Y tal vez por eso, por su visión de extranjero que ve lo que quiere ver, lo que necesita que dicho país represente para sí mismo, es que tanta gente, que tampoco ha pasado por la India, ha enganchado con esta película.

Solo algo bueno pude salir de todo esto: que varias compañías se estén peleando la próxima cinta de Boyle y que él aproveche la oportunidad, y el dinero, para recuperarse. Lo ha hecho antes. Tengo fe.

Ram Jam.


Mi posición acerca de los premios de la Academia es la misma desde hace años: están bien cuando ganan los que yo quiero que ganen y están mal cuando sucede lo contrario. Así de sencillo. Por eso es tan fácil y divertido hablar mal de los Oscars. Por eso, cuando hablamos de una película que nos gustó mucho y queremos dárnosla de cool-tos, no dudamos en decir cosas como “claro que la vi, esa peli es lo máximo, a Gordon Willis lo nominaron al Oscar por la fotografía, en los setentas, debió haber ganado, pero ya sabes que los Oscars son una mierda.”


No me importa cuán desprestigiados estén los Oscars, me gusta ver la ceremonia con mis panas y, sobre todo, me gusta ver las películas nominadas y hacer apuestas y hacer campaña por algunas de ellas. Hoy haré campaña por The Wrestler, el gran retorno de Mickey Rourke de la mano del director Darren Aronofsky (a quien alguna vez idolatramos por Requiem for a Dream). The Wrestler es todo, lo máximo, la verdad. Como ya deben saber, se trata de un luchador que fue grande en los ochenta y ahora, veinte años después, pelea en circuitos de cuarta y anda siempre con los bolsillos vacíos. Mickey Rourke, que tuvo Hollywood a sus pies y justo entonces decidió iniciar una errante y casi mortal carrera como púgil, es Randy “The Ram” Robinson, el luchador venido a menos. Cuando subió al estrado de los Globos de Oro para agradecer el premio a mejor actor que merecidamente se llevó, habló como los adictos recuperados, como los arrepentidos, como los que saben que la cagaron pero aún conservan dos cosas sin las cuales un hombre no es un hombre: su dignidad y su sentido del humor. Mickey Rourke le agradeció muy especial y cariñosamente a sus dos perros y a mí casi se me va una lágrima porque ese gesto evidenció como ningún otro su soledad.


Hay mucho en común entre Randy “The Ram” Robinson y Mickey Rourke: ambos lo tuvieron todo y lo dejaron escapar, despilfarraron su dinero, quemaron sus neuronas y despertaron un día siendo sólo las sobras de lo que algún día fueron. The Wrestler me impresionó por muchas cosas, el manejo de la cámara y la fotografía construyen un ambiente documental cargado de intimidad, las locaciones están muy bien escogidas y le dan a la peli un universo tangible. Pero lo realmente deslumbrante está en el guión escrito por Robert D. Siegel, en las reacciones y en las palabras que salen de la boca de The Ram Robinson. Recuerden que hablamos de un luchador al que han golpeado un millón de veces en la cabeza, que bebe cada vez que puede, que jala coca como si nada y que se inyecta un montón de cosas para inflar sus músculos. O sea, hablamos de un tipo disminuido que a simple vista no pasa de ser un grandulón tonto y decadente.


La gran pelea de The Ram Robinson es, como todas las batallas épicas en la historia del mundo, contra sí mismo, contra sus limitaciones, contra un pasado que lo obliga a ajustar cuentas, contra creer que uno será joven para siempre y pude darse duro sin hacerse daño. ¿Qué haces cuando ya no puedes hacer eso para lo único que eres bueno? Te sientas en la casa a ver tele, te deprimes, te bajoneas y piensas que todo se vino abajo sin remedio. Luego, tal vez, intentas irte por otro camino, empezar de nuevo, partir desde cero, hasta que te das cuenta de que estás muy dañado para funcionar en una realidad que no sea la que te transformó en lo que eres. Ese es Randy “The Ram” Robinson y ese es también Mickey Rourke. Para Randy ya no hay salida, está jodido y lo único que le queda es desvanecerse mientras brinda el mejor show de su vida. Para Mickey Rourke este puede ser el comienzo, un nuevo comienzo, esa segunda oportunidad con la que sólo algunos son bendecidos. Si el próximo domingo 22 de febrero le dan el Oscar a mejor actor, se habrá hecho justicia.


La conseguí en un local sin nombre, en la Portugal y Shyris, al lado de una frutería (Quito, Ecuador).

2.12.2009

Quiero dormir y no puedo.


Cada uno enfrenta los rompimientos amorosos como mejor puede. Ahora bien, es mucho más sencillo dejar que ser dejado. Dejar es, en el mejor de los casos, avanzar, librarse de sentimientos que te atan y te hunden para seguir con tu vida, seguro de haber tomado la decisión correcta. Ser dejado, en cambio, es atascarse, es el limbo, la nada, el chuchaqui después de la borrachera, el despertarse en una cama de hospital sin saber qué fue eso que te golpeó tan fuerte y no te mató de milagro. Ser dejado es horrible a menos que seas tú el que lo haya provocado porque no tuviste los huevos para dejar.

Algunos dejados corren al bar, toman todo lo que pueden y se tiran lo primero que encuentran. Algunos dejados lloran, patalean, gritan, compran todas las flores que no compraron durante años y no descansan hasta ser aceptados de vuelta. Algunos dejados se suicidan después de haber escrito una carta en la que aseguran no poder seguir viviendo sin quien los dejó colgados. Cada uno, cada uno. A Ben Willis lo dejan cuando atraviesa por su último año en la carrera de arte y aquello le produce insomnio crónico. De pronto, Ben cacha que su día tiene ocho horas más de lo acostumbrado y necesita hacer algo con todo ese tiempo que así, transcurriendo en vano, sólo le sirve para pensar en su ex. Entonces, toma un trabajo en el turno nocturno de un supermercado y, como estamos hablando de una película, una película llamada Cashback, la vida de Ben Willis tiene que cambiar.


Me gustan mucho las pelis cuyo narrador habla en off sobre las acciones (como en Forrest Gump o Benjamin Button, ¡ja!), no sé, las siento como más personales y directas, como que esa gente me habla a mí y sería de muy mala educación ignorarla. Cashback tiene voz en off y una muy buena. La primera escena es genial: música clásica, cámara lenta, la ex de Ben está furiosa, gritando como una loca, pero en vez de escuchar sus diálogos, escuchamos la voz calma y algo triste de Ben, que nos cuenta que se trata de su primera pelada de verdad y, por lo tanto, de su primer rompimiento de verdad. Gracias al tono de su voz y a que Ben no es un mariscal de campo sino más bien un tipo fresco, nos ponemos de su lado inmediatamente. Mucho más al enterarnos de que la perra de su ex ya está tirando con otro.



En el supermercado, mientras Ben se hace de nuevos amigos y, obvio, se fija en una nueva chica, pasan un par de cosas cinematográficamente notables. Cada empleado tiene su forma de lidiar con el tiempo, puede ser no mirando el reloj, jugándole bromas a los clientes o haciendo cualquier cosa menos trabajar (esta última no funciona, lo he intentado varias veces, en varios trabajos, y siempre falla). Por su parte, Ben le pone pausa al mundo. El supermercado se congela y Ben recorre los pasillos con su cuaderno de dibujo. El joven artista, que como cualquier ser medianamente inteligente está obsesionado con las formas femeninas, desnuda lentamente a las clientas (afortunadamente todas guapas) y las dibuja con una fidelidad espeluznante. Ben Willis dibuja muy bien y me atrevo a decir que un futuro brillante aguarda por él.



Cashback no es perfecta ni mucho menos. Al final, deja de ser ingeniosa y se resuelve de una manera convencional y más o menos tibia. Sin embargo, está llena de onda y de buenas intenciones. Ben Willis está construido de tal forma, que es imposible no preocuparse por él. Esto es algo muy difícil de lograr y que sucede mucho menos de lo que debería. Cuando un personaje nos toca, cuando le creemos, cuando queremos que le vaya bien porque se ha ganado nuestra confianza, ya no importa mucho si el final de la peli es sorpresivo e inesperado, esa peli tiene la pelea ganada. No la gana por KO, la gana por puntos, pero igual, se va a casa saboreando la victoria.


La alquilé en La Liebre Video Club: González Suárez # 822 (Quito, Ecuador)

2.09.2009

El curioso caso de la película El Curioso Caso de Benjamin Button.


Cada vez que digo que a mí sí me gustó Benjamin Button alguien intenta asesinarme, a veces con una mirada, otras, con un cuchillo de cocina. Hace cinco minutos intentaron asesinarme vía mail. Una amiga me escribió para contarme que la vio y me dice que es una cosa repugnante, una huevada-tipo-The Notebook, que qué es eso del colibrí, que lo del diario leído es trilladísimo, que hay que poner una almohada en la cara de la Cate Blanchett moribunda y acabar con su sufrimiento, que el gag del rayo que cae del cielo y se repite a la largo de la película es ñoño… en fin, que hay que matar a Benjamin Button porque se hizo para ganar estatuillas y para que las mamás vayan al cine y digan aaaaaaaahhhhh, ¡qué lindo!


A ver. Las trece nominaciones que tiene BB no son sorpresa para nadie porque sí, fue hecha para eso, y seguro se llevará más de una. Creo que aquí el problema fue pensar que, viniendo de David Fincher, la versión cinematográfica del cuento de Fitzgerald sería dark y trascendente. Por lo menos eso fue lo que me pasó a mí. Durante los primeros cinco o diez o hasta puede que haya sido durante los primeros quince minutos de película, odié a BB con toda mi alma. Sentí que Fincher me había engañado y que todos esos allá arriba en la pantalla se estaban burlando de mí. Luego entendí que estaba frente a una obra que es, sobre todo, un tributo a la historia y a la moral de Hollywood. Hollywood puro y duro. BB es divertida, romántica, majestuosa, cosmopolita, complaciente, optimista y entretenida. Es una de esas películas en las que uno no encuentra nada más que cine. En BB, como me han dicho otros tantos, no hay personas, hay personajes. En BB todo es mentira y no se supone que, como en las películas que nos marcan, uno deba pensar que se trata de la verdad. A BB le falta toda la verdad que tienen las fantasías de Tim Burton o las primeras películas de Star Wars. BB no es más que escenografía en movimiento y su acierto es justamente no intentar ser otra cosa. Nada peor que una película que intente disfrazarse de seria y dárselas de importante apelando al drama o la tragedia. Esas películas que try to hard son las peores. Y a BB pueden acusarla de lo que quieran, menos de mentirosa, que es más de lo que puedo decir de mucha gente.


Mi amiga me dice que si me gustó BB es porque me estoy ablandando. Pienso en Dylan cantando either I’m too sensitive or else I’m gettin’ soft. Pero no, esto no tiene nada que ver con un calentamiento global interno o con una vejez prematura. BB, en su género y entre las de su clase, es una gran película. David Fincher, como lo hizo Steven Soderbergh en cada entrega de Oncean’s, jugó con el poder y con el dinero de Hollywood, al parecer se divirtió, la pasó muy bien (ya sabemos que le encantan los efectos especiales y que su meta es lograr que no se noten) y nos entregó su obra pop. Lo más probable es que BB no sobreviva a la moda que ha creado y que en un futuro muy cercano la gente la compare con Titanic: la mega producción que fue un éxito en taquilla, que se llevó todos los premios y que, por lo tanto, le vendió a todos los que la disfrutaron la idea de que los miembros de la Academia piensan igual que ellos. Sea como sea, el truco es no tomarse a BB muy en serio. Ahora que las reuniones sociales se dividen entre esos a los que les gustó BB y esos que la odiaron, me sumo a los primeros sin vergüenza. Prefiero una película que me haga reír y luego se me olvide, a una que pretenda quedarse en mi memoria para siempre haciéndome llorar.

2.05.2009

Un piloto hecho de piedra.


No recuerdo cómo se llamaba la revista, pero uno de los temas principales era una entrevista a Scott Weiland, que por entonces se había separado de los Stone Temple Pilots y había lanzado 12 Bar Blues, su primer álbum como solista. Era 1998, el grunge y aquellos fabulosos noventas estaban prácticamente extinguidos. Se suponía que Weiland estaba peor que nunca, perdido en la heroína y que por eso los STP habían decidido darse un break justo después de cancelar más de la mitad de la gira del Tiny Music... acaso su mejor álbum de estudio.

En la entrevista, si la memoria no me engaña y me invento recuerdos bacanes para sustituir a los mediocres, Weiland volvía cada tanto a una circunstancia particular. Decía que antes de empezar a grabar, había escuchado no sabía cuántas veces el álbum blanco de los Beatles, que eso era lo que buscaba, esa mezcla de libertad y experimentación que lejos de irse por las ramas construye una identidad (ahora bien, Lennon consumía heroína en los días blancos, así que seguramente Weiland sintió una conexión metafísica). No creo haber comprado esa revista por Weiland ni mucho menos haber leído la entrevista de entrada, pero estoy seguro de que compré 12 Bar Blues apenas la cerré, más movido por mi fanatismo a los Beatles y al fabuloso álbum blanco que por mi fe en el vocalista y compositor de STP.


12 Bar Blues, oficialmente, fue un fracaso en ventas y recibió malas críticas, sin embargo, no conozco a nadie que haya escuchado ese álbum y se haya decepcionado. 12... es un gran disco, lleno de ideas que se conservan frescas, buen gusto, actitud, nostalgia, dolor y feeling. Ya pasó una década desde su lanzamiento y aunque nunca conste en listas tipo “los 100 mejores discos de la historia” es, sin duda, uno de los mejores discos de la historia.


Tras su para mí cuestionable participación en Velvet Revolver, con los ex Guns & Roses, y su reunión con STP, Weiland se lanza de nuevo en solitario con Happy In Galoshes. Bajé una versión doble, de lujo o algo así, en la que vienen veinte temas. Lo escuché esperando la continuación de 12... , es decir, esperándolo todo. Las primeras dos o tres sentadas con el disco fueron arduas. Ciertas cosas me gustaron de una pero, en general, sentí que el Weiland solista había perdido algo, algo importante, en estos diez años. Casi cuando había decidido bajar los brazos y por lo tanto no escribir nada sobre Happy..., volví a escucharlo con calma, sin prisa, sin ansiedad, en plan comprensivo y buena onda, tratando de disfrutar en vez de calificar. Aun pienso que en términos generales, el disco es irregular y su versión de lujo cae en el exceso y en la redundancia (lo mismo que pensaba el bueno de George Martin cuando, apelando a la razón y sin conocer lo que deparaba el futuro, les sugirió a los Beatles que el álbum blanco no fuera un disco doble), pero también creo, estoy seguro, de que Happy... tiene no sólo algunas de las mejores canciones que Weiland traerá al mundo, sino también algunas de las mejores canciones que hayan existido jamás.

Si nos portamos rigurosos, Scott Weiland debería estar muerto. Sus recuperaciones y recaídas en las drogas deberían haberlo acabado hace años. Weiland ha estado preso, interno y ha tenido que abandonar los escenarios para ser tratado por médicos o para pincharse quién sabe dónde y con quién sabe quién (se supone que fueron Gilby Haynes y Paul Leary, fundadores de la banda Butthole Surfers, los que le presentaron a Weiland la heroína durante una gira en 1993). Aun así, sigue cantando, componiendo y haciendo discos valientes que no le temen al fracaso y, lo más importante, que lo mantienen con vida.











2.02.2009

Calentamiento.


As long ago as 1860 it was the proper thing to be born at home. At present, so I am told, the high gods of medicine have decreed that the first cries of the young shall be uttered upon the anesthetic air of a hospital, preferably a fashionable one. So young Mr. and Mrs. Roger Button were fifty years ahead of style when they decided, one day in the summer of 1860, that their first baby should be born in a hospital. Whether this anachronism had any bearing upon the astonishing history I am about to set down will never be known.
I shall tell you what occurred, and let you judge for yourself.


Con este párrafo nada menos que perfecto, seguido de una advertencia que causa intriga, empieza The Curious Case of Benjamin Button, el cuento fantástico de F. Scott Fitzgerald (1896-19940), publicado originalmente en 1922. Se supone que a Fitzgerald le gustaba vivir a cuerpo de rey y que, muchas veces, se dedicaba a los cuentos sólo para ganar algo de dinero rápido-fácil en revistas y, con eso, comprar tiempo para trabajar en sus novelas. Puede ser. Ahora bien, no creo que por eso Fitzgerald haya tomado a la ligera sus relatos breves. ¿O sí?, tal vez, ¿quién sabe? Lo cierto es que se entregó a la buena vida y al alcohol y a menudo estaba en aprietos económicos.

Las trece nominaciones a los premios de la academia que tiene The Curious Case of Benjamin Button, la película de David Fincher protagonizada por Brad Pitt y la cada vez más hermosa Cate Blanchett, son a la vez un gran tributo y una inmensa ironía. Si bien Fitzgerald estuvo siempre cerca de Hollywood (vendió sus derechos literarios y escribió guiones, experiencia recogida en la novela El desencantado de Budd Schulberg, a todas luces un novelón), en teoría, lo hizo siempre for the green, porque necesitaba plata. Quizás es demasiado asegurar que odiaba o despreciaba las películas. Pero queda claro que las novelas y la literatura en general, estaban para Fitzgerald varios peldaños por encima del cine.


Well,” gasped Mr. Button, “which is mine?”
“There!” said the nurse.
Mr. Button’s eyes fallowed her pointing finger, and this is what he saw. Wrapped in a voluminous white blanket, and partially crammed into one of the cribs, there sat and old man apparently about seventy years of age. His spare hair was almost white, and from his chin dripped a long smoke-colored beard, which waved absurdly back and forth, fanned by the breeze coming in at the window. He looked up at Mr. Button with dim, faded eyes in which lurked a puzzled question.


Imposible saber a ciencia cierta si Fitzgerald escribió The Curious Case of Benjamin Button apurado, contra reloj, pasando por alto detalles conscientemente. A mí se me hace que lo que escribió es una sinopsis, que dicho sea de paso es genial, acaso pensando que tarde o temprano volvería sobre esas páginas y las transformaría en una novela (todos caemos en el error de pensar que tenemos más tiempo que el que en realidad tenemos). Puedo estar equivocado, obvio, porque tal como dejó el cuento, continúa la tradición fantástica de, por ejemplo, los relatos-largos/novelas-cortas del gran R. L. Stevenson, creador de Dr. Jeckyll & Mr. Hyde. Sea como sea, en The Curious Case of Benjamin Button, por lo menos en el cuento, uno capta que hay muchísimas cosas más de las que se cuentan, que los capítulos que se le olvidaron a Fitzgerald deben estar en alguna parte y que alguien tendrá que hacer el trabajo sucio.


The old man looked placidly from one to the other for a moment, and then suddenly spoke in a cracked and ancient voice. “Are you my father?” he demanded.
Mr. Button and the nurse started violently.
“Because if you are,” went on the old man querulous whine, “I wish you’d get me out of this place-or, at least, get then to put a comfortable rocket in here.”
“Where in God’s name did you come from? Who are you?” burst put Mr. Button frantically.
“I can’t tell you exactly who I am,” replied the querulous whine, “because I’ve only been born a few hours-but my last name is certainly Button.”


David Fincher, que para muchos no logrará jamás lo que logró con Fight Club (personalmente, y siendo un fan acérrimo de FC, pienso que la mejor película de DF hasta la fecha no es esa si no Zodiac), es el hombre que aceptó el reto y eso merece respeto. Él y Eric Roth, guionista de películas tan celebradas y diversas como Forrest Gump, The Insider, Ali, Munich y The Good Sheperd, se están jugando el todo por el todo al extender la memoria de Fitzgerald en casi tres horas de película.


Aunque he estado tentado a verla en su versión callejera, me las aguanto y aguardo con fe el consabido Festival del (pre) Oscar que presenta Cinemark todos los años.


In 1880 Benjamin Button was twenty years old, and he signalized his birthday by going to work for his father in Roger Button & Co., Wholesale Hardware. It was in that same year that he began “going put socially” –that is, his father insisted on taking him to several fashionable dances. Roger Button was now fifty, and he and his some were more and more companionable-in fact, since Benjamin had ceased to dye his hair (which was still grayish) they appeared about the same age, and could have passed for brothers.

Pero leí el cuento y me encantó, me encanta todavía, ojalá me siga gustando toda la vida. Como ya deben saberlo, Benjamin Button nace viejo y se va haciendo joven con el paso de los años. Yo he fantaseado con esa posibilidad de existencia. Sería buenísimo pasar los difíciles años de la vejez trabajando, haciendo plata, ahorrando para llegar a la juventud y gastar todos esos ahorros viajando por el mundo y divirtiéndose, sin temor a las represalias típicas del envejecimiento. Sería increíble. Sin embargo, Benjamin está solo, es un freak, y no la pasa tan bien como uno creería.


They pulled up behind a handsome brougham whose passengers were disembarking at the door. A lady got out, then an elderly gentleman, then another young lady, beautiful as sin. Benjamin started; an almost chemical change seem to dissolve and recompose the very elements of his body. A rigor passed over him, blood rose into his cheeks, his forehead, and there was a steady thumping in his ears. It was first love.

Fifty seemed to Benjamin a glorious age. He longed passionately to be fifty.
“I’ve always said”, went on Hildegarde, “that I’d rather marry a man of fifty and be taken care of than marry a man of thirty and take care of him.”

F. Scott Fitzgerald murió alcoholizado, sufrió dos ataques cardiacos y sólo pudo con el primero. Por esos días vivía en Hollywood con Sheilah Graham, su amante. Zelda Sayre, quien fuera su esposa por varios años, una esquizofrénica que pasó mucho tiempo recluida en instituciones mentales, moriría ocho años después, atrapada en el incendio que se comió al centro psiquiátrico donde estaba asilada, en Carolina del Norte.


Then it was all dark, and his white crib and the dim faces that moved above him, and the warm sweet aroma of the milk, faded out altogether from his mind.