Inspirado en la película Sinotoño, sin primavera de Iván Mora Manzano
Lado
A
Tiene un piercing al comienzo de la ceja
y más abajo, a centímetros del ojo, una cicatriz, una delgada línea de carne en
alto relieve sobre el pómulo derecho, una marca.
Está girando.
Da vueltas en una silla.
Está
en órbita.
Es un asteroide de camisa a
rayas rojas y negras como las de Freddy Krueger, cinturón punk y jeans apretados. Al otro lado del
escritorio hay un psiquiatra. ¿Consideras que eres una persona feliz?, pregunta
el doctor. Lo piensa un poco, luego levanta la mirada y dice que no. Nada más,
sólo eso: no. Considera que está perdiendo el tiempo. Hablar con un extraño de
cosas personales, dice, ¿no cree que estamos un poco en la verga?
Se llama Paula, tiene el
pelo negro –como cuervos arrastrándose a sus hombros– y nunca, nunca, usa maquillaje. Ni en la calle. Ni
en el consultorio. Ni cuando mueve las pastillas que consigue con las recetas
que le roba al psiquiatra. Paula trafica con
la cara lavada y los labios pálidos, pero no está muerta todavía; camina, eso
sí, entre los cadáveres doblados de las fiestas y se detiene para mirar a Guayaquil
desde las sobras de una noche que se blanquea. Se la ve down pero vende lo que necesitas para estar up. O para no estar. Y es la primera en decirte: nunca invites a una pusher a tu casa.
No nació con la cicatriz,
pero casi. Ocurrió cuando era pequeña. Venía en el asiento trasero del San Remo
de sus padres y tenía un globo rojo en la mano. Habían pasado la tarde haciendo
cosas, juntos, contentos, por lo menos ella estaba contenta. Le tomaron una
foto y la transformaron en un rompecabezas precioso, la cara de Paula, el pelo
de Paula, la sonrisa de Paula en piezas de cartón que se van uniendo unas con
otras hasta formar un retrato. Lo tenía sobre las piernas cuando escuchó el frenazo
y el ruido de la carrocería arrugándose como el bramido de un acordeón
metálico.
Corte a: Paula acostada en
la camilla de un quirófano. Iluminación LED del tipo cirugía de emergencia. Sin
anestesia. Es así como Paula conoce el dolor. Las piezas de Paula desencajadas.
La cicatriz de Paula debajo de una gasa que al despegarse le robará rasgos
invisibles y le presentará su nuevo rostro. Lámpara.
Lado
B
Se
ven en el pasaje del edificio San Francisco 300, en la Avenida 9 de Octubre. Lucas
pidió una orden de pastillas a domicilio y ahora no sabe cuál es el protocolo a
seguir. Es menor que Paula o parece menor que Paula. Cuando le pregunta qué te
pasó en la cara es un man que nada que ver. Eso, nada, un accidente, por las
pastillas que me pediste me pueden meter a la cárcel, ¿vamos a hacer esto sí o
no? Lucas aún no lo sabe, pero ya se enganchó, se enganchó mal. Paula lo abraza
de mentira y le mete el frasco de tapa blanca en el bolsillo del pantalón. El
primero siempre es gratis. Chao.
La próxima vez que se ven
están en el cuarto de Paula, pero no es lo que parece. Lucas se hizo pasar por
un chico decente que no toma pastillas y la mamá de Paula lo dejó entrar. La pusher tiene mamá, tiene una sala con muebles
y tapetes y adornos clase media, es humana después de todo. En el cuarto, Lucas
mira una pared cubierta de postales. Las ha visto antes en el bazar Mayorca. Las
fotos son amarillentas y muestran distintos lugares de Guayaquil. Por lo
general, las postales funcionan al revés, con fotos de otras ciudades, con
recuerdos adjuntos, con frases que no se dirían en voz alta. Estas no. Las
envía el papá de Paula al que no ha visto desde ese legendario y aburrido
divorcio. Lucas lo entiende a la primera: tiene que encontrar al padre para quedarse
con la hija, tiene que convertirse en un héroe.
Corte a: Semanas después,
Lucas encuentra al papá de Paula.
El día en que han quedado
para emboscarlo ella está pero él no llega. Se le fue la mano con las pastillas:
Lucas tirado en un colchón y en el piso los discos de Pixies y Fiona Apple y El
Retorno de Exxon Valdez, también, el frasco de tapa blanca casi vacío. No fue
su culpa, las pastillas parecen caramelos. Lucas está cerrado por mal viaje. Lucas
es el cadáver de una fiesta sin invitados.
Paula siente que la dejaron
sola. La han dejado sola muchas veces. La soledad te maltripea durísimo. Está recostada contra una
columna de azulejos verdes. Paula toma una decisión. Se queda. Qué chucha. Se
da la vuelta para ver al primer hombre que la abandonó y lo peor es que parece
un tipo sin onda, un man whatever con
una vida whatever, un tipo de camisa blanca y pantalón gris cualquiera, anillo
de matrimonio en la mano, que va por la vereda con su esposa y un niño pequeño
que no para de llorar. Paula quisiera no sentir envidia, no querer lo que todos
quieren, no tener que armar su vida sabiendo que le faltan piezas.
Lo vuelve a llamar. El
celular está prendido, timbra, es Lucas el que se quedó sin batería, apagado. Paula
va a rescatarlo.
Está preocupada.
Está nerviosa.
Está embalada.
Está sintiendo cosas que
hace rato no sentía por nadie, ni siquiera por ella misma. Paula está poniendo
sobre la mesa la primera pieza de un nuevo rompecabezas.
Llega corriendo al pasaje San
Francisco 300, los pulmones trabajando a su máxima potencia. Ya no más soledad,
por favor. Sube las escaleras. No valgas verga, no seas ese man. El pasillo es amarillento, como las postales. No seas otro man que vale verga. Toca la puerta.
Toca la puerta hasta que le sangra la mano. Lucas, Lucas. Ábreme, ¡Lucas! Toca
la puerta. Toca la puerta hasta que deja una mancha de ADN con astillas. Y
cuando Lucas abre Paula se da cuenta de que el mancito nada que ver ha visto
algo en ella. Lucas volvió de su peligroso sueño. Paula lo abraza, esta vez, de
verdad.
La
pusher saca algo de su mochila. No es un frasco de pastillas, es el antídoto. Una
grabadora Sony, de casete, noventera, auto
shut off, cue & review function. ¿Qué
es la felicidad para ti? La pregunta que registra la cinta es un proyecto
personal con el que Paula pretende que los extraños le hablen de cosas
personales. Lucas la mira y en esa mirada está su respuesta. La cicatriz. El piercing.
Una camiseta de los Ramones. Paula.
(SoHo / octubre, 2012 / ilustración de Marco Chamorro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario