10.19.2012

Chica Ramones


Inspirado en la película Sinotoño, sin primavera de Iván Mora Manzano  

Lado A

         Tiene un piercing al comienzo de la ceja y más abajo, a centímetros del ojo, una cicatriz, una delgada línea de carne en alto relieve sobre el pómulo derecho, una marca.

Está girando.
Da vueltas en una silla.
Está en órbita.

Es un asteroide de camisa a rayas rojas y negras como las de Freddy Krueger, cinturón punk y jeans apretados. Al otro lado del escritorio hay un psiquiatra. ¿Consideras que eres una persona feliz?, pregunta el doctor. Lo piensa un poco, luego levanta la mirada y dice que no. Nada más, sólo eso: no. Considera que está perdiendo el tiempo. Hablar con un extraño de cosas personales, dice, ¿no cree que estamos un poco en la verga?

Se llama Paula, tiene el pelo negro –como cuervos arrastrándose a sus hombros– y nunca, nunca, usa maquillaje. Ni en la calle. Ni en el consultorio. Ni cuando mueve las pastillas que consigue con las recetas que le roba al psiquiatra. Paula trafica con la cara lavada y los labios pálidos, pero no está muerta todavía; camina, eso sí, entre los cadáveres doblados de las fiestas y se detiene para mirar a Guayaquil desde las sobras de una noche que se blanquea. Se la ve down pero vende lo que necesitas para estar up. O para no estar. Y es la primera en decirte: nunca invites a una pusher a tu casa.

No nació con la cicatriz, pero casi. Ocurrió cuando era pequeña. Venía en el asiento trasero del San Remo de sus padres y tenía un globo rojo en la mano. Habían pasado la tarde haciendo cosas, juntos, contentos, por lo menos ella estaba contenta. Le tomaron una foto y la transformaron en un rompecabezas precioso, la cara de Paula, el pelo de Paula, la sonrisa de Paula en piezas de cartón que se van uniendo unas con otras hasta formar un retrato. Lo tenía sobre las piernas cuando escuchó el frenazo y el ruido de la carrocería arrugándose como el bramido de un acordeón metálico.

Corte a: Paula acostada en la camilla de un quirófano. Iluminación LED del tipo cirugía de emergencia. Sin anestesia. Es así como Paula conoce el dolor. Las piezas de Paula desencajadas. La cicatriz de Paula debajo de una gasa que al despegarse le robará rasgos invisibles y le presentará su nuevo rostro. Lámpara.

Lado B

Se ven en el pasaje del edificio San Francisco 300, en la Avenida 9 de Octubre. Lucas pidió una orden de pastillas a domicilio y ahora no sabe cuál es el protocolo a seguir. Es menor que Paula o parece menor que Paula. Cuando le pregunta qué te pasó en la cara es un man que nada que ver. Eso, nada, un accidente, por las pastillas que me pediste me pueden meter a la cárcel, ¿vamos a hacer esto sí o no? Lucas aún no lo sabe, pero ya se enganchó, se enganchó mal. Paula lo abraza de mentira y le mete el frasco de tapa blanca en el bolsillo del pantalón. El primero siempre es gratis. Chao.

La próxima vez que se ven están en el cuarto de Paula, pero no es lo que parece. Lucas se hizo pasar por un chico decente que no toma pastillas y la mamá de Paula lo dejó entrar. La pusher tiene mamá, tiene una sala con muebles y tapetes y adornos clase media, es humana después de todo. En el cuarto, Lucas mira una pared cubierta de postales. Las ha visto antes en el bazar Mayorca. Las fotos son amarillentas y muestran distintos lugares de Guayaquil. Por lo general, las postales funcionan al revés, con fotos de otras ciudades, con recuerdos adjuntos, con frases que no se dirían en voz alta. Estas no. Las envía el papá de Paula al que no ha visto desde ese legendario y aburrido divorcio. Lucas lo entiende a la primera: tiene que encontrar al padre para quedarse con la hija, tiene que convertirse en un héroe.

Corte a: Semanas después, Lucas encuentra al papá de Paula.  

El día en que han quedado para emboscarlo ella está pero él no llega. Se le fue la mano con las pastillas: Lucas tirado en un colchón y en el piso los discos de Pixies y Fiona Apple y El Retorno de Exxon Valdez, también, el frasco de tapa blanca casi vacío. No fue su culpa, las pastillas parecen caramelos. Lucas está cerrado por mal viaje. Lucas es el cadáver de una fiesta sin invitados.

Paula siente que la dejaron sola. La han dejado sola muchas veces. La soledad te maltripea durísimo. Está recostada contra una columna de azulejos verdes. Paula toma una decisión. Se queda. Qué chucha. Se da la vuelta para ver al primer hombre que la abandonó y lo peor es que parece un tipo sin onda, un  man whatever con una vida whatever, un tipo de camisa blanca y pantalón gris cualquiera, anillo de matrimonio en la mano, que va por la vereda con su esposa y un niño pequeño que no para de llorar. Paula quisiera no sentir envidia, no querer lo que todos quieren, no tener que armar su vida sabiendo que le faltan piezas.

Lo vuelve a llamar. El celular está prendido, timbra, es Lucas el que se quedó sin batería, apagado. Paula va a rescatarlo.

Está preocupada.
Está nerviosa.
Está embalada.

Está sintiendo cosas que hace rato no sentía por nadie, ni siquiera por ella misma. Paula está poniendo sobre la mesa la primera pieza de un nuevo rompecabezas.

Llega corriendo al pasaje San Francisco 300, los pulmones trabajando a su máxima potencia. Ya no más soledad, por favor. Sube las escaleras. No valgas verga, no seas ese man. El pasillo es amarillento, como las postales. No seas otro man que vale verga. Toca la puerta. Toca la puerta hasta que le sangra la mano. Lucas, Lucas. Ábreme, ¡Lucas! Toca la puerta. Toca la puerta hasta que deja una mancha de ADN con astillas. Y cuando Lucas abre Paula se da cuenta de que el mancito nada que ver ha visto algo en ella. Lucas volvió de su peligroso sueño. Paula lo abraza, esta vez, de verdad.   

La pusher saca algo de su mochila. No es un frasco de pastillas, es el antídoto. Una grabadora Sony, de casete, noventera, auto shut off, cue & review function. ¿Qué es la felicidad para ti? La pregunta que registra la cinta es un proyecto personal con el que Paula pretende que los extraños le hablen de cosas personales. Lucas la mira y en esa mirada está su respuesta. La cicatriz. El piercing. Una camiseta de los Ramones. Paula. 

(SoHo / octubre, 2012 / ilustración de Marco Chamorro) 

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