10.18.2012

Ciudad Crónica


Lo dije y lo sostengo: ir al Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias fue como ir a la Copa América. Con una diferencia clave, este fue un choque en el que todos ganamos, jalamos más parejo y para el mismo lado. Lo curioso es que cada uno jala desde sus principios y está dispuesto a desollarse las manos con la soga de sus preocupaciones. Y es sobre esa cuerda tensa por donde caminamos.

En la fiesta de clausura un colega se me acercó y me dijo, en algún lugar entre el vodka y la salsa, que el periodismo puede hacer cambios, que uno debe ocuparse de los temas que le afectan a la mayoría, mejorar o intentar mejorar el mundo que nos tocó. Yo le dije sí, perfecto, pero tú tienes tu mundo y yo el mío y en el universo hay espacio para ambos. Mi apreciación hippie no le causó gracia, a tal punto que me dijo, de la manera más amable, que estaba dispuesto a que nos fajemos en la calle si con ello lográbamos estar en desacuerdo. No peleamos. Al contrario, brindamos, como suele ocurrir en ese tipo de eventos. Pero fue evidente que cada uno tenía su esquina.

Cuando me preguntan por qué no persigo temas serios, por qué no hablo del poder o de los poderosos, siento lo mismo que cuando mi mamá me reclama porque no me hice médico. Si yo fuera doctor habría más muertos al día, así de simple. De la misma manera, creo, uno debe enfocar el poco o mucho talento que tiene en aquellos temas que lo hacen tropezar en la calle, olvidar las llaves dentro del departamento o ponerse las mismas medias toda la semana. Esto puede ser un negociado petrolero entre Latinoamérica y Asia o, digamos, la biografía definitiva de Charly García. El tema no te hace más o menos periodista. El tema, al final, no es el tema. Se trata del escritor o periodista o como quieran llamarle, se trata de las horas que pasa investigando, redactando, leyendo en voz alta un párrafo maldito hasta que suene como una canción.

Se dijo que no vale la pena escribir sobre los freaks y yo me puse a pensar en El hombre elefante, la película de David Lynch, y en que esa es una crónica oscuramente tierna e inhumanamente humana. Se habló de las intrigas al interior de las multinacionales que envenenan a la población con sus negociados, y yo no pude estar más de acuerdo con esa batalla pero también pensé en cuánta gente, día a día, minuto a minuto, es afectada o quizás hasta contaminada por sustancias como el reggaetón y nadie, o parece que nadie, se va de gira con Daddy Yankee para contar su historia y saber cómo los versos “Ella explota como en Irak / Guilla como pipa de crack / Mami vente al Web Cam” pueden seducir a miles de latinoamericanos. ¿Cómo pueden esas líneas moldear la moral de un continente?

Durante tres días intensos, que sospecho tuvieron más horas que los demás días, se habló de crónica en el Castillo de Chapultepec y en el Museo de Antropología de la Ciudad de México. Y si algo quedó –me quedó– claro es que el género no necesita consenso sino debate. Y quizás haga falta partirnos la cara para luego abrazarnos hinchados y sangrantes antes de sentarnos a conversar. Ya si nos vamos a romper las narices mejor que sea por una buena causa. 

(Revista Ñ del Clarín, 17/10/12) 

1 comentario:

alexander dijo...

Pues yo nunca he sentido que tus escritos, al menos los de tu blog, sean banales o no digno de un futuro ganador del Pulltizer o del Premio Príncipe de Asturias, la verdad aprecio mucho tus escritos sobre cine, y sobre la vida en general. Tal vez diga esto porque estoy en una etapa en la que me importa un pepino lo que pasa a mi alrededor: me da igual la crisis financiera, el saber si Correa o Lasso ganarán la Presidencia no me quita el sueño; pero creo que cuando uno escribe un ensayo, sea cual sea el tema, puede llegar a conclusiones que se relacionan con hechos cotidianos y relevantes de la vida, y a su vez exponer su opinión y posterior crítica. Y eso es lo bueno de los libros y las películas: es una manera sutil y creativa de aprender cómo estaba o está el mundo a tu alrededor. Saludos