Este jueves 23 de octubre, mientras su compatriota Andrés Calamaro esté tocando por vez primera en Quito, Charly García cumplirá los 57 años de edad. Por suerte, no los cumplirá en la clínica neuropsiquiátrica Avril, donde ha estado internado una buena temporada. Los cumplirá en casa de su amigo Palito Ortega, entre gente que lo quiere, lo cuida, lo soporta y, sobre todo, lo conserva. Charly no está libre del todo, debe seguir su tratamiento y dos enfermeros, un hombre y una mujer escogidos por él, lo acompañarán en la estancia de Ortega, en Luján, 70 kilómetros al oeste de Buenos Aires.
La primera vez que vi a Charly en vivo y en su tierra natal, fue justo a las afueras de la ciudad de Luján, en un pueblo llamado Carlos Keen, como parte del festival musical Campo Konex. Aquella vez, Charly nos hizo esperar toda la tarde por él, pero valió la pena, el concierto estuvo increíble y aunque perdí mi cámara de fotos y algo más (atreverse a estar en primera fila, en medio de argentinos, es cosa seria), gané varios amigos en una solo mano, todos ellos, gente Say No More. Luego quise hacerles una nota, para SoHo-Ecuador, pero al editor se le ocurrió algo mejor. “Conviértete en un fan de Charly, búscalo, y no pares hasta conocerlo”, me dijo el broder Carlos Andrés Vera. Durante días, noches y madrugadas, así lo hice. Una vez, tratamos de colarnos a un concierto de Fito Páez en el teatro Ateneo, se suponía que tocaría Charly. Nosotros, fans quebrados, no pudimos entrar, pero Charly sí que entró y cantó con Fito y, al final, tuvimos que pararnos en la puerta del estacionamiento para saber en qué carro andaba. Yo me habría ido a la casa tranquilamente, pero como estaba de fan-fan, me quedé hasta las últimas consecuencias, y fue como estar en una película de los Beatles.
El fan más fan se llamaba Tato y si la memoria no me engaña, estaba en su último año de secundaria, aunque tal vez era más joven. Él y yo vimos salir a Charly y a Fito del estacionamiento del Ateneo, dentro de un pequeño auto gris con los vidrios oscuros. Tato le hizo una señal con el brazo a su madre, que aguardaba al volante de un noventero y algo destartalado Fiat rojo de tres puertas. La persecución empezó de inmediato. La mamá de Tato maniobraba por las avenidas porteñas como Han Solo en el Halcón Milenario a través de un campo de asteroides. En un momento, lo conseguimos, el chofer de los rockeros tuvo que parar en un semáforo y nosotros paramos a su lado. Tato sacó el cuerpo por la ventana. Charly sacó su mano y saludó. Tato dijo “Charly, te amo más que a mi vida”. Charly no dijo nada o lo dijo muy bajo y no lo escuchamos. Pensé que eso era todo, pero no, para un fan, siempre hay más. Charly y Fito entraron a un restaurante, cerca de Corrientes, no recuerdo a qué altura pero no muy lejos del obelisco. Tato, la mamá y yo, nos quedamos afuera, esperando que volviera a salir para verlo así fuera unos segundos.
Mientras Charly comía y bebía a cuerpo de rey, nosotros pasábamos calor y conversábamos, igual contentos. Tato estaba absorto, en otro lado, tratando de ver algo, cualquier cosa, a través de la ventana. Su madre me contó que el verano pasado habían seguido a Charly por la costa, Villa Gesell, Mar del Plata, Pinamar y aledaños. Eran cuatro en el noventero Fiat rojo. Para ahorrar dinero y seguir la gira playera, la mamá y la novia de Tato dormían en los asientos del piloto y el acompañante, ligeramente inclinados, no podían reclinarlos del todo pues Tato, y su mejor amigo, dormían como mejor podían en el asiento trasero. Ese tipo de cosas provoca Charly en la gente, en su gente. Como dos horas después Charly y Fito salieron del restaurante. Tato se congeló, como un zombi. Yo pensaba que había aguardado mucho por ese momento, que le diría algo importante, trascendental, inolvidable. No dijo nada, sólo sonrío como un niño y se puso a llorar. Charly y Fito volvieron al pequeño auto gris de vidrios oscuros, y se perdieron en medio de la noche. Eran las dos de la mañana, entre semana, día de clases. Tato tardó en salir del trance. Su madre lo miraba, tranquila, diría que hasta feliz de que su hijo tuviera ese momento para siempre consigo. Ella tenía el símbolo Say No More tatuado en la espalda, del lado derecho, cerca del hombro.
La primera vez que vi a Charly en vivo y en su tierra natal, fue justo a las afueras de la ciudad de Luján, en un pueblo llamado Carlos Keen, como parte del festival musical Campo Konex. Aquella vez, Charly nos hizo esperar toda la tarde por él, pero valió la pena, el concierto estuvo increíble y aunque perdí mi cámara de fotos y algo más (atreverse a estar en primera fila, en medio de argentinos, es cosa seria), gané varios amigos en una solo mano, todos ellos, gente Say No More. Luego quise hacerles una nota, para SoHo-Ecuador, pero al editor se le ocurrió algo mejor. “Conviértete en un fan de Charly, búscalo, y no pares hasta conocerlo”, me dijo el broder Carlos Andrés Vera. Durante días, noches y madrugadas, así lo hice. Una vez, tratamos de colarnos a un concierto de Fito Páez en el teatro Ateneo, se suponía que tocaría Charly. Nosotros, fans quebrados, no pudimos entrar, pero Charly sí que entró y cantó con Fito y, al final, tuvimos que pararnos en la puerta del estacionamiento para saber en qué carro andaba. Yo me habría ido a la casa tranquilamente, pero como estaba de fan-fan, me quedé hasta las últimas consecuencias, y fue como estar en una película de los Beatles.
El fan más fan se llamaba Tato y si la memoria no me engaña, estaba en su último año de secundaria, aunque tal vez era más joven. Él y yo vimos salir a Charly y a Fito del estacionamiento del Ateneo, dentro de un pequeño auto gris con los vidrios oscuros. Tato le hizo una señal con el brazo a su madre, que aguardaba al volante de un noventero y algo destartalado Fiat rojo de tres puertas. La persecución empezó de inmediato. La mamá de Tato maniobraba por las avenidas porteñas como Han Solo en el Halcón Milenario a través de un campo de asteroides. En un momento, lo conseguimos, el chofer de los rockeros tuvo que parar en un semáforo y nosotros paramos a su lado. Tato sacó el cuerpo por la ventana. Charly sacó su mano y saludó. Tato dijo “Charly, te amo más que a mi vida”. Charly no dijo nada o lo dijo muy bajo y no lo escuchamos. Pensé que eso era todo, pero no, para un fan, siempre hay más. Charly y Fito entraron a un restaurante, cerca de Corrientes, no recuerdo a qué altura pero no muy lejos del obelisco. Tato, la mamá y yo, nos quedamos afuera, esperando que volviera a salir para verlo así fuera unos segundos.
Mientras Charly comía y bebía a cuerpo de rey, nosotros pasábamos calor y conversábamos, igual contentos. Tato estaba absorto, en otro lado, tratando de ver algo, cualquier cosa, a través de la ventana. Su madre me contó que el verano pasado habían seguido a Charly por la costa, Villa Gesell, Mar del Plata, Pinamar y aledaños. Eran cuatro en el noventero Fiat rojo. Para ahorrar dinero y seguir la gira playera, la mamá y la novia de Tato dormían en los asientos del piloto y el acompañante, ligeramente inclinados, no podían reclinarlos del todo pues Tato, y su mejor amigo, dormían como mejor podían en el asiento trasero. Ese tipo de cosas provoca Charly en la gente, en su gente. Como dos horas después Charly y Fito salieron del restaurante. Tato se congeló, como un zombi. Yo pensaba que había aguardado mucho por ese momento, que le diría algo importante, trascendental, inolvidable. No dijo nada, sólo sonrío como un niño y se puso a llorar. Charly y Fito volvieron al pequeño auto gris de vidrios oscuros, y se perdieron en medio de la noche. Eran las dos de la mañana, entre semana, día de clases. Tato tardó en salir del trance. Su madre lo miraba, tranquila, diría que hasta feliz de que su hijo tuviera ese momento para siempre consigo. Ella tenía el símbolo Say No More tatuado en la espalda, del lado derecho, cerca del hombro.
4 comentarios:
Cuando vi a Charly por primera vez lo odiaba totalmete fue en el año 2001 me parece en el agora de la cce. apenas salio del escenario , me dije a mi todo mismo : este si puede largo. desde ahi hasta hoy sigo todos sus pasos, es una inspiracion de vida es un gran musico es un gran mentor es por el cual siempre alzo el brazo en mi cafe y pido dos copetines y una cerveza y sigo la jarana nocturna a la que como charly aporto mucho. hice hasta la fecha 4 tributos a charly y uno a seru giran, siempre pongo charly , tengo 4 camisetas de charly , las camisetas de este cafe tienen la imagen de charly MAS CLARO SAY NO MORE AGUANTE GARCIA
el comentario anterior es mio soy Juan Rhon soy dueño de Este Café "La Marisca" y si te gusta Charly todos los días en la tarde medio entrando la noche aunque a muchos les atarve con mi insistencia sigo poniendo Charly
Ja!..
Cuando brinde con Gustavo no sentí nada de nada y cuando baile junto a él en Niceto Vega a menos de 1 metro y medio de dsitancia y los Kynky atras no sentí es nada pana.Igual el man un caballero y todo su séquito de altura hasta el guitarrista del Miranda estaba.
Bueno pero cuando escuche a Charly en Villa Gesell mojado emputado porque nos hizo esperar como 5 horas que me cagaba de frío
y no más que un pasajera en trance y sabes flotaba, flotaba mojado, ver al maestro en su elemento es lo más de los más pana, lo más el man...
Chuta el man es pana.
Psd. Bakán tu travesía porteña
y un saludo para vos Juan, verás mi disco de los mileto jajaja
Buena tu odisea por Buenos Aires persiguiendo a Chrarly. Como Argentina tambien llevo la camiseta con la imagen del maestro, es parte de nuestra historia, es parte de todos nosotros.
Aguante Charly
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